Parece que no, pero dos meses dan para mucho.
Dan para comprar siempre en la misma tienda, y reconocer las calles donde vives.
Dan para sonreír cada día a la misma señora cuando cruzas una plaza y que te devuelva la sonrisa.
Dan para encariñarse de una ciudad, de un pueblo, de una cultura. Dan para amar un amanecer, para recordar una risa, una velada, un brindis o una cena. Dan para sentirte parte de una familia y para sentirte parte de un todo.
Dan para querer, para querer quedarse y para echar de menos.
Y solo 2 meses en Oaxaca nos ha dado para mucho.
Esbozar, diseñar y crear en tu cabeza un proyecto es algo que te hace sentirte vivo. Tener sueños siempre es bonito, y es bonita la gente que libremente los piensa, los desea y los tiene. Pero cuando además consigues que ese proyecto que sueñas se cumpla, es aún más maravilloso. Paso a paso, brochazo a brochazo, hora tras hora de trabajo y esfuerzo, mucho tesón y muchas ganas. Finalmente tras dos meses consigues que aquello que era una simple idea en tu cabeza se materialice en algo real. Y la sensación es triunfal. Paseas por las aulas, ves los colores, hueles los libros, sientes la alegría de los niños en sus risas, en sus exclamaciones, en sus expresiones de “¡Ooooh como estaba y como está ahoraaaa!”
Sientes la emoción cuando abren un libro nuevo, cuando encienden una computadora, cuando abren una caja de juegos, cuando te abrigan a abrazos.
Como te iba diciendo, dos meses dan para querer mucho.
Y para guardar recuerdos en tu memoria que nadie te va a quitar.
Pero como todo en la vida, un proyecto tiene un principio y un fin.
Y todo son etapas. Todo lo que empieza, tiene que acabar.
Esta utopía nuestra que vemos hacerse realidad y que tan felices nos hace, la loca idea de recorrer el mundo dejando un granito de arena en cada lugar que pasemos, nos está aportando hasta ahora experiencias increíbles. Y sabemos que debemos seguir para poder mejorar la calidad de vida de los niños de todos los lugares que podamos. Deseamos seguir iniciando sueños y hacerlos realidad en otros orfanatos y seguir aprendiendo de los niños y los adultos de este nuestro continente hermano, tantas veces avasallado y machacado por nosotros, y que a pesar de todo sigue abriendo sus brazos con amor a todo el que llega. Queremos seguir avivando esa parte nuestra del ser humano, esa curiosidad y esa inquietud de seguir aprendiendo, moviéndonos, conociendo y creando.
Pero también está esa otra parte de nosotros, esa que echa raíces, esa inevitable parte que nos habla fuerte y nos invita a quedarnos, esa que hace que se te forme un nudo en la garganta cuando alguien querido te pregunta: ¿Y cuando vuelven?
Sabíamos que iniciar este proyecto conllevaba el tener que partir cuando acabáramos lo que habíamos venido a hacer, sabíamos que debíamos seguir caminando si queremos seguir iniciando proyectos en otros lugares. Pero, como dicen aquí nuestros compadres, wey… qué difícil se hace a veces. Cómo explicarle a un niño que tenemos que continuar, que tenemos que seguir, que vamos a estar muy lejos.
Cómo explicarnos también a nosotros mismos que tenemos que continuar, que tenemos que seguir, que vamos a estar muy lejos. Que ojalá que sí, pero que, siendo realistas, no nos va a dar la vida para poder volver a todos los lugares que amamos. Esta amarga doble cara de la misma moneda. Tenemos la enorme suerte de conocer la riqueza del mundo y amar a gente en muchos lugares. Dicen que mejor amar y haber sufrido que no haber amado nunca. Este arraigo es lo que complica las despedidas. Pero qué bello también poder decir a boca llena: yo amo. Porque en cada lugar que amas, se queda un pedacito de ti, y tú te llevas un pedacito de allí. Y te conviertes en un puzzle de memorias.
En Oaxaca se queda un pedacito de nosotros, y nos llevamos un trocito de ella.
Después de dos meses de experiencias, convivencias, risas, juegos, y clases de matemáticas, la parte más difícil de nuestro proyecto, siempre es y será la misma pregunta:
¿Y cuando vuelven?