Una de las ventajas de viajar en proyectos de voluntariado, es la posibilidad de conocer y comprender más a fondo el carácter cultural de cada ciudad. En el caso de Iquitos, una de las cosas que aprecié pronto y que me llamó mucho la atención, fue el sincretismo cultural que se deja ver, especialmente en la cultura indígena. Una mezcla entre tradición, magia, espiritualidad, religión y occidentalización que no termina de verse bien cerrada. Fetos de llama en hojas de coca a las puertas de las Iglesias, ritos y cantos indígenas con plumas y humo de tabaco mapacho mezclados con oraciones cristianas, alabanzas a la Pacha Mama (madre tierra) en los altares católicos…y una especie de “vergüenza” heredada de mostrar sus raíces indígenas en círculos públicos.
En mi estancia tuve la oportunidad de conocer y compartir tiempo con muchos voluntarios. Cuando vas de voluntaria y si tienes la mente abierta y dispuesta a conocer y a charlar puedes aprender muchas cosas y conocer gente de muchos círculos. No solo conoces gente de tu voluntariado sino que te das la oportunidad de conocer a muchas otras personas.
Además de todos los compañeros de la Restinga, que trabajaban en educación y sostenibilidad, yo tuve la ocasión de conocer a un grupo de voluntarios que trabajaban en la inserción apropiada de jóvenes indígenas que deseaban realizar estudios superiores. Muchas personas viven en pequeñas comunidades en la Selva, algunas se encuentran a 2 semanas en barco de la ciudad más cercana. En su mayoría, tienen escuelitas en sus comunidades donde aprenden conocimientos básicos, pero algunos quieren continuar sus estudios en institutos y universidad. Como solo conocen la vida tranquila de la selva y pequeños pueblos cercanos, al llegar a una ciudad algo más grande se sienten un poco perdidos.
Es curioso (y hermoso, al menos para mí) que al hablar con ellos, la mayoría quieran iniciar estudios relacionados con la biología para poder aplicar sus conocimientos en mejorar la calidad de vida de sus comunidades y luchar por los derechos de la madre tierra contra la contaminación y el mal uso de las tecnologías.
También me resultaba curioso que al hablar con ellos te miraran con admiración porque eres una “chica de ciudad”. Es como si el ser indígenas y vivir en comunidades en la Selva les diera vergüenza o se sintieran atrasados respecto a ti. Y yo solo hacía pensar “¡Dios si tengo tanto que aprender de ellos!” Sabían mil cosas de plantas y de cómo curar con ellas, conocían el tiempo, los animales, construyen sus propios hogares, saben hacer hogueras, pescar y subsistir en medio de la Selva, y cosas tan básicas y útiles para la supervivencia más básica que gente como yo ya hemos olvidado hace siglos. La sabiduría más esencial y pura en sus manos, y sin embargo yo tenía la extraña sensación de que se sentían inferiores conmigo. Me parecía tan extraño, pero tan real. Y es que este sincretismo cultural, esta mezcla entre tradición y occidentalización, entre orgullo y vergüenza indígena, es una realidad.
La labor que realizaban estos voluntarios con los jóvenes indígenas era admirable. Les acogían al llegar y les agrupaban en una especie de campamento con bungalows y zonas comunes donde realizaban con ellos talleres y dinámicas. Les enseñaban a hablar en público, a coger un autobús, mandar un e-mail o desenvolverse con los papeleos universitarios. Pero también les enseñaban a mantener y a valorar sus culturas ancestrales, y mostrarlas con orgullo.
Desde mi experiencia con ellos, participé en varios foros y debates culturales sobre el tema indígena que se celebraron en el centro de la ciudad. Tuve la suerte de que durante mi estancia en Iquitos en el mes de agosto se celebró el mes de los Pueblos Indígenas (el día internacional es el 9 de agosto) y se organizaban muchos eventos en la calle. Me picó muchísimo la curiosidad.
Y es que la pluralidad cultural del Perú es una auténtica riqueza. Más de 72 tribus y lenguas indígenas se siguen manteniendo hoy día. Y yo me preguntaba, ¿Por qué esa vergüenza? Si debería ser parte de su idiosincrasia, parte de su orgullo como nación.
Soy de las que piensa que cuando indagas un poco en la historia, puedes comprender (o aproximarte a comprender) todas las conductas de una civilización. Así que eso hice. Hace unos tres siglos, Iquitos era pura selva. Prácticamente lo sigue siendo, puesto que no se puede acceder allí a no ser que sea en barco o avión. Un núcleo urbano en medio de la Selva ¿Cuándo empezó la historia de Iquitos como ciudad? Asistí a un simposio sobre el tema y aprendí cosas que me hicieron comprender mejor la realidad cultural con la que trabajaba. Os hago un resumen:
La documentación escrita de la historia de Iquitos empezó con la primera visita-conquista de la misión jesuita, alrededor de 1757 (mitad del siglo XVIII). Se cree que los territorios amazónicos cercanos a la actual ciudad estuvieron habitados por etnias selváticas como los yameo (nativos napeanos) y los indios “iquito”, de donde la ciudad tomó su nombre.
Los jesuitas se encargaron de “educar” a los indios nativos desde entonces. Los métodos de la época ya los conocemos todos.
A partir de 1864, Iquitos se “civiliza” y se convierte en ciudad y capital del departamento de Loreto (Perú) y desde 1880, con la explotación del caucho, inició su expansión como ciudad. Pero como todo proceso de conformación de una “civilización” progresista, esto tiene sus pros y sus contras. ¿Sabes qué ocurrió durante la fiebre del caucho y el desarrollo industrial en Iquitos?
La Fiebre del Caucho constituyó una parte importante de la historia económica y social de países con territorios amazónicos como Perú, pero también se dio a gran escala en Brasil, Bolivia, Colombia y Ecuador. Esta fiebre está relacionada con la extracción y comercialización del caucho a partir del árbol “seringueira”, del cual se saca el látex. La venta de caucho dispara un proceso colonizador, atrayendo riqueza y causando transformaciones culturales y sociales, además de dar gran impulso a ciudades amazónicas como Iquitos. Pero no es caucho todo lo que reluce. Por el impulso de las ciudades se pagó un precio muy alto.
Durante la primera fiebre del caucho, los territorios amazónicos estaban habitados en su mayor parte por etnias indígenas. La llegada de colonizadores en busca del preciado caucho a estos territorios causó un choque cultural con los nativos que en la mayoría de los casos desembocaron en torturas, prostitución forzada, pedofilia, esclavitud y masacres. Algunos de los personajes directamente relacionados con estas prácticas de sevicia y crueldad gozan de una injusta inocencia frente a la historia. Julio César Arana y sus crueles capataces, entre los cuales resalta el monstruoso Miguel Loayza, los funcionarios de las multinacionales, las autoridades locales que no defendieron a los indígenas de su exterminio. Según cálculos del escritor Wade Davis, por cada tonelada de caucho producida, asesinaban a diez indios y centenares quedaban marcados de por vida con los latigazos, heridas y amputaciones que se hicieron famosos en el noreste amazónico…
Por eso de esta época de esplendor y lujo, quedan los adoquines y mosaicos europeos para decorar las mansiones de los adinerados caucheros, queda el ex hotel Palace, de estilo morisco, y la Casa de Fierro diseñada por Eiffel (constructor de la famosa torre que lleva su nombre en París), que tenéis que visitar si tenéis ocasión. Son hermosos ejemplos arquitectónicos del tiempo colonial. Pero también quedan en las pieles indígenas cicatrices de los abusos, secuestros, violaciones y asesinatos. Exterminio a todo el que se oponía al régimen esclavista que se instauró en esta época del caucho.
Del caucho se pasa en 1938 a la explotación petrolera, controlando hoy en día importantes reservas y proyectos de utilización del recurso forestal. Estas reservas y plataformas se sitúan en el río Amazonas y son el principal motivo de lucha de muchas comunidades indígenas, cansadas de ver cómo disminuyen los terrenos y cómo el río se ve contaminado por las cantidades derramadas de estas petroleras.
Bueno amigos, espero no haberos aburrido mucho. Aun así, si queréis tener una aproximación histórica, deberíais visitar el museo de culturas indígenas, el mercadillo artesanal de Iquitos, y los edificios coloniales de la época. Y tanto si tenéis oportunidad de ir a Iquitos como si no, os recomiendo MUCHÍSIMO que veáis la película “El abrazo de la serpiente”, peli nominada en 2015 a los Oscar como mejor película no inglesa.
He de deciros que tiene escenas duras sobre la época jesuita y cauchera, pero necesarias para comprender la realidad de la historia, pues esa ha sido la realidad que han vivido los indígenas en la Amazonía y ese es el precio que han pagado por la “civilización” y el avance de las ciudades.
Un poco de sinapsis sin haceros spoiler: en la peli, un explorador inglés se embarca en una aventura por el Amazonas en busca de la planta Yakruna (una con las que se elabora el famoso Ayahuasca y a la que los autóctonos atribuyen mágicas propiedades). Será ayudado por un chamán que vive en lo más profundo del Amazonas. Un chamán que muchos años atrás ayudó a otro explorador que indagaba por allí, y cuyos recuerdos van aflorando a lo largo de la historia. La película es un recorrido histórico por la conquista Jesuita, fiebre del caucho, industrialización y esencia de vida de las tribus indígenas de la Amazonía. Os ayudará a comprender muchas singularidades de la cultura iquiteña, su pluralidad, y ese sincretismo cultural no resuelto que se huele y se vive en la piel de los iquiteños (en especial de los indígenas amazónicos).
Os dejo el avance del film ¡Que la disfrutéis al igual que hice yo!