Oaxaca es una región rica en todos los sentidos. La variedad gastronómica es asombrosa (y deliciosa), los mercados saben a colores y huelen bonito, la naturaleza es pura y pura son sus gentes. Es, dentro de la República mexicana, donde mejor se conservan las tradiciones y las costumbres, y sus habitantes celebran y honran sus fiestas de origen prehispánico con orgullo. El estado de la República Mexicana con más tradiciones y lenguas indígenas es Oaxaca. Zapoteco, mixteco, mazateco y mixe son las más habladas. Completan la lista muzgos, chatino, chinanteco, chocho, chontal, cuicateco, huave, ixcateco, náhuatl, popoloca, triqui, y zoque.
Por desgracia, muchas de estas lenguas se están perdiendo por no tener registros escritos y transmitirse de manera oral, y dado que los más jóvenes tienden a moverse a las ciudades, dejan de usar su lengua de origen para comunicarse. Es una pena que la gente mayor siente en el alma y te transmite cuando hablas con ellos. Porque suenan tan bonito…
Los oaxaqueños son entrañables. Sobre todo la gente mayor. Son gente a corazón abierto. No dudan en invitarte a una chela o a pasar a dormir a sus humildes hogares sin pedirte nada a cambio. Lo único que quieren es aprender de ti y enseñarte su cultura, y su lengua. Enseñarte su legado. Para que no se pierda.
Teotitlán del Valle es un pueblo que se encuentra en la conocida ruta del mezcal, rodeada de campos de maguey, una planta parecida al Aloe Vera de donde se destila este licor tan típico en sus talleres familiares artesanales. Como ellos dicen, “¡Para todo mal mezcal, y para todo bien, mezcal también!” El mezcal que no falte en las celebraciones. Es parte de la idiosincrasia del oaxaqueño.
Los pueblos oaxaqueños siguen tradicionalmente trabajando en familia, y cuentan que es el lugar donde se inspiró Disney para la película de Coco. En humildes terrenos con un patio central (que no falte el patio) conviven bisabuelos, abuelos, hijos, nietos y bisnietos. Cada casa tiene un taller, donde toda la familia trabaja y aprende el oficio, y cada pueblo se dedica a una artesanía.
En el caso de Teotitlán, la artesanía poblana es el tapete. Todos son hilanderos y tejedores profesionales y en cada casa hay antiguos telares llenos de hilos de color. El proceso es curioso: primero pelan la oveja, luego sacan el hilo desmembrando la lana con los dedos, y luego se tiñe el hilo con frutas o plantas de dónde sacan artesanalmente los tintados.
El mercado de Teotitlán es por tanto conocido por sus hermosos tapetes o telares decorativos, y una mañana fuimos a visitarlo para conocer estas obras de arte. Pero para nuestra sorpresa, en el pueblo no había apenas tapetes en el mercado. El mercado estaba cerrado. Básicamente, no había nadie.
Era como un pueblo fantasma.
Estábamos a punto de marcharnos, cuando oímos música en una esquina. Unos señores iban con sus sombreros mexicanos y sus pantalones de cinturón ancho tras una orquesta a pie con ramilletes de flores amarillas en sus manos. Nos llamó la atención ese pequeño grupo de sonido y color en medio del desértico pueblo.
Y como somos curiosos, nos acercamos.
- Disculpe caballero, ¿Sabe usted por qué hay tan poca gente en el pueblo?
- ¡Qué poca gente ni madres! ¡Es que estamos de boda! Hoy hay dos: la mitad del pueblo está en una, y la mitad en la otra. Yo voy a por los padrinos porque soy un enviado.
El señor se llama Jesús. Jesús es zapoteco, nos cuenta, al igual que todo el pueblo. Jesús es un enviado, por eso lleva un ramillete de flores amarillas. Es la flor del poleo, que en zapoteco se le llama “la flor de fiesta”. Esta flor la entregan los novios a las personas elegidas, los que se encargan de organizar la boda.
Un enviado lleva mezcal, otro lleva cerveza, otro guisados (“tres reses agarré” nos cuenta), otro música, otro repone si algo falta. En las bodas zapotecas, que duran varios días, los enviados pasan casa por casa a recoger a los invitados: primero los padres de los novios, luego los padrinos. Van desfilando tras la banda, y todos entran a las casas a celebrar y a pedir por los novios a la Virgencita antes de ir al convite.
Mientras caminamos, oímos hablar a la gente: están hablando en zapoteco.
Todo eso nos cuenta Jesús en el paseo, mientras le acompañamos caminando hacia la casa de los padrinos. Nos llama mucho la atención y nos encanta el detalle, así le dijimos a Jesús. Nos sorprende que sea la familia la que organice todo, que cada cual se encargue de algo y se repartan el trabajo. Que todo se comparta y que todos participen. También nos sorprende que todos hablen en zapoteco y que vayan a buscarse a las casas, y que festejen en los hogares. Qué bonito idioma le dijimos. Qué bonito suena. Jesús se emocionó con nuestros comentarios:
- Es que así son nuestras tradiciones pues. Somos zapotecos. Estamos orgullosos.
Ya habíamos llegado a la puerta de los padrinos, y nos despedimos de Jesús, cuando se voltea extrañado:
- ¿Adónde van? ¡No se queden a la puerta y pasen a la casa!
Ni siquiera era su casa, pero en Teotitlán eso no es problema. Aquí la comunidad es una gran familia, y si entras en mi casa, pues la del otro es mi casa también, así que “pa qué pedir permiso”
Entramos a la casa de los padrinos, y nos llovían besos y abrazos. Nadie nos pregunta quiénes somos: no hace falta. En una mano, un chupito de mezcal, en otra mano una Coronita. “Tomen asiento” y un ramillete de poleo en la falda. En el patio, la banda sigue sonando. Las mujeres visten de gala: faldas de a diario y mandil nuevo, que es el lujo de la boda. Sus cabellos se trenzan y se ven hermosas. Todas se reúnen a una sala; los hombres a otra. En cada sala hay un altar: que no falten los que no están. Tras un rato de reunión en los que compartimos vivencias, nuestras historias y las de ellos, mientras nos enseñan algunas palabras en zapoteco, la banda da toque de queda: ya hay que irse al convite. Todos los presentes, hombres y mujeres salen a la calle a desfilar detrás de la banda. Ahora sí que sí, ya se van para el convite. Todos los invitados, más de 500, están esperando en el banquete. Invitados del novio, de la novia, de los padres y de los padrinos, que también invitan a toda su familia.
¡Ahí entendimos que el pueblo estuviera desértico!
Ya nos marchábamos, cuando esta vez se voltearon los padrinos:
- ¿Adónde van? ¡No manchen y sigan “pa” lante wey! ¡Si vamos “pa” la boda! Pero tú aquí no güerita, tú con las mujeres pues.
Así nos encontramos de la nada, invitados a una boda zapoteca. Marchamos tras la banda haciendo desfile: Miguel va con los hombres, yo con las mujeres. Vamos hablando con ellos, con nuestro ramito de poleo.
- “Pase maestra. Adelántese maestra. Siéntese maestra. Agarre platito maestra”
Me sorprende que todas las mujeres se dirijan a mí por mi título universitario. Me colocan en primer lugar, me sientan, me dan de comer. Es como si fuera más que ellas. Como si por mi título o mis estudios, estuvieran obligadas a servirme. Y se ofenden si las ayudo. Muchas no saben leer me cuentan. Y ahí me di cuenta de cuál era la base de la opresión indígena en México: ellos mismos se sienten inferiores, ignorantes e incultos. Consecuencia de años de martirio, de despojo y de insulto. De servidumbre. El resultado de que, durante muchos años, desde la dichosa Conquista, se afirmara públicamente que los indígenas debían ser esclavos laborales porque, no tenían alma. Ese lastre de abusos que se hereda y se asume, el efecto Pigmalión. Es ese rato el único momento de la ceremonia, en que no me siento cómoda. Llego a avergonzarme de ser blanca. De ser del lado conquistador, latifundista y privilegiado. “Primermundista”.
Desde que llegamos no nos falta la comida o bebida. Y tampoco falta el altar. La virgen de Guadalupe preside la ceremonia y todos se forman para pedir por los novios. Primero los hombres, de anciano a joven, y luego las mujeres, de anciana a joven, se arrodillan ante el altar a pedirle a la Guadalupe que cuide de los novios y les den muchos hijos.
Las señoras se sientan a un lado de la mesa, y los hombres a otro. Los novios pasan a saludar: solo tienen 18 años. “¡Ya les tocaba pues!” nos dicen. Ya son mayores. En las costumbres zapotecas, puedes casarte desde los 12 años, si los novios están enamorados y las familias lo aceptan. La pedida es todo un jolgorio: el novio tiene que llevar velas, pan y frutas acompañado de toda su familia. A veces también dan una dote.
En la sala, los invitados han hecho una montaña de regalos: hay armarios, frigorífico, mesas, sillas…todo lo llevan a la ceremonia. Los vecinos y familia se encargan de completarles a los novios el hogar. En las bodas zapotecas, la única preocupación de los novios debe ser su felicidad. De lo demás se encargan los enviados, y un vecino de la comunidad les regala el patio donde se celebra el convite. El regalo para los invitados es un alfiler, y el compromiso de devolver el favor cuando ellos también se casen.
Todos brindamos y festejamos, reímos y compartimos historias. La alegría es contagiosa.
La banda toca todo el día y noche, y llega el momento del baile: pero no son los novios los primeros en bailar.
Primero bailan las señoras: la de la casa, que puso el lugar de celebración; la que ha puesto el alimento; la que cocinó el alimento; y la que montó el altar.
Luego bailan los dos más jóvenes del pueblo, con cofres cargados a sus espaldas: en un cofre está el cacao, símbolo de abundancia. Para que nunca falte alimento. En otro cofre, monedas. Que nunca falte dinero.
Ya salen a bailar los novios y todos los demás, y la fiesta se alarga durante días. Nos invitan a quedarnos a dormir en sus casas, pero son las 12 de la noche y sale el último bus a Oaxaca. Al día siguiente teníamos que seguir trabajando en el orfanato.
Casi no nos dejan irnos. Tras mucho insistir, finalmente salimos. Dos invitados de la boda, el profesor de la Danza de la Pluma del pueblo (danza indígena típica del pueblo que se celebra cada 12 de diciembre) y su compadre vienen detrás: nos llevan en carro hasta la parada, para no dejarnos solos. La parada está a 7 km.
Así fue como nos despedimos de Teotitlán y del corazón de su gente. Siempre recordaremos con cariño a Jesús, a su familia, y a su comunidad.
“xtiuzteu” amigos. Gracias.