Sutapaulu: El Encierro Wayuu
Estamos sentadas en la arena, mirando al horizonte, a la sombra de unas palmas. Nos encontramos ahora en la Guajira, al norte colombiano, de naturaleza seca, un lugar inhóspito carente de agua potable donde desde hace siglos, habita la etnia Wayuu, pescadores de lagunas y pastores de chivos. Norma, hija de Piache (curandera del pueblo Wayuu), se recoge su vestido, mientras me enseña pacientemente las puntadas de aguja e hilo necesarias para coser esas preciosas mochilas Wayuu que se ven por toda Colombia y que las mujeres tejen rápidamente por tradición. Norma habla y ni siquiera mira la aguja. Podía tejer mientras caminaba. Pero mi nula capacidad para la costura ralentiza su trabajo.
Ella ríe mientras ve que por cada 6 puntadas yo deshago 5. Definitivamente, se me da mejor el trabajo de los hombres: ordeñar cabras y pescar.
- Por eso el señor Miguel dice que aún no se casó con usted- sentencia entre risas (no es la primera vez que escucho algo similar), mientras miraba por el rabillo del ojo mi horrendo trabajo- pero si se burla dígale “mojushata pia”
- ¿Qué significa?
- Eres muy feo
Las dos estallamos en risas cómplices. Son estos momentos que me hacen pensar que, a pesar de las enormes diferencias culturales (Norma tiene 33 años y 15 hijos… Yo tengo 31 y 0 hijos…) la risa es el mejor lenguaje. Sobre todo, entre mujeres, las provocadas por burlas a los hombres. Conecta mágica e instantaneamente.
El calor es agobiante, y la arena, en pequeñas tormentas arremolinadas como pequeños torbellinos pasajeros, azota vehemente, latigueándome el rostro con fuerza. Picaba. Mi cuerpo, empapado en sudor y cubierto de arena. Ahora comprendo por qué las Wayuu se cubren con esos largos vestidos y los pañuelos sobre la cabeza y la cara, y echo de menos no tener alguna vestimenta similar. Me recordaban a las mujeres del África subsahariana, aunque sus rasgos eran definitivamente indígenas.
Mientras tejemos (o, mejor dicho, mientras ella tejía y yo desastrosamente deshacía su trabajo), Norma me explica algunas de las tradiciones de los Wayuu. Me habla de la Wayunkeera, la muñequita de barro que hacían las niñas para jugar mientras las madres lavaban en el Jagüey (poza de agua), y del trabajo de su madre, la Piache, partera y curandera, conocedora de la magia de las plantas medicinales y del lenguaje de los espíritus.
- A la Piache la elige otro Piache, y le transmite sus saberes. Y es obligado ejercer la función. Si acepta su destino de Piache, la muerte viene a buscarla pronto, por no servir a su pueblo.
- O sea que, si me eligen de Piache, pero yo no quiero serlo, ¿me enfermo y muero?
- Así es. Mi tía no quiso ser, y así le paso. Por eso ahora es mi mamá.
Dice Norma, con una sonrisa en la cara, mientras prosigue su historia.
- No, así no: primero agarras el hilo por abajo, luego lo cruzas por arriba. Así es- después de la pausa para corregirme de nuevo, sigue hablando del papel de la Piache
- Ser Piache exige un gran compromiso. Por eso muchas no quieren. Una siempre tiene que atender los males de la gente, sea la hora que sea. La Piache tiene el don de curar con las plantas. Ella canta, danza, habla con los espíritus, y ellos le dan el tratamiento del enfermo. Pero si después de los ritos el enfermo no hace lo que la Piache dice, su mal entra en la Piache, que está condenada a padecer su enfermedad.
- Pues sí que es un gran compromiso…
- Muy grande, así es. Pero esa es su misión. También es bonito- añade, al percibir mi cara de asombro- porque salvas la gente, y ves nacer nuevas vidas. Las Piaches también son parteras. Dan luz y nueva vida a todos los niños Wayuu.
- ¿No van a parir al hospital?
- No podemos pagarlo. Normalmente, una mujer Wayuu no sabe ni cuántos meses de embarazo tiene. Acá la señora Estrella casi se muere. Estaba en el monte, de vuelta del Jagüey cuando el bebé quiso salir. Un señor la encontró pariendo en el monte y cortó el cordón del bebé con la boca. Perdió mucha sangre. Por eso cuando los bebés nacen les ponemos seguranza- me enseña la pulsera de hilo con una piedra que lleva en la muñeca- es para la salud, y contra el mal de ojo también.
- ¿A los bebés les echan mal de ojo?
- Sí, sobre todo. Los bebés llevan seguranza en el tobillo, muñeca y cintura. Cualquiera que ame mucho al bebé puede echarle mal de ojo, sobre todo la mamá. Por eso cuando amamantamos, no podemos mirar al bebé, hay que cubrirlo. Si una mamá mira mucho a su bebé, lo mima, le dice muchas cosas bonitas…el bebé puede enfermar, y hay que curarlo con leche de cabra negra. Cabra negra completa, puro negro. Y a veces, ni eso sirve para curarle- afirma seriamente, con cara de circunstancia.
A pesar de todas estas historias sorprendentes sobre la tradición y creencias Wayuu, sin duda, la más impactante que comparte conmigo, es la historia del encierro.
- No, no es así, lo está deshaciendo- me regaña Norma, repitiéndome de nuevo cómo engarzar la aguja en los hilos.
- Definitivamente, no es lo mío. ¿Ustedes aprenden desde pequeñas?
- Sí claro, un poco cada día. Aunque es durante el encierro que las abuelas nos enseñan mejor.
- ¿El encierro? - repito, mirándola extrañada
- Sí, el Sutapaulu, el encierro es lo que celebramos cuando las niñas pasan a ser Majayut. Es nuestra época más importante. Majayut significa señorita, es lo que pasamos a ser cuando, ya sabe…recibimos la menstrualidad. Es cuando nuestras abuelas nos forman sobre los roles de nosotras. El arte del tejido, que es la herencia de Walekeru (la leyenda de la araña); el baile de la Yonna. Nos transmiten los saberes, nos enseñan a usar la medicina natural, y nos cuentan todo lo que una mujer debe saber, todo sobre los hombres, la sexualidad, los bebés. Nuestro papel como dadoras de la vida.
- Vaya, eso es muy bonito. ¿Lo transmiten las abuelas?
- ¡Por supuesto! Los abuelos son los más importantes de todo en nuestra cultura. Las abuelas son transmisoras, los abuelos son líderes de la comunidad. Eso siempre será así. Yo recuerdo mucho a mi abuela. Sobre todo durante mi encierro, ella no se separaba de mi lado.
- Pero Norma… ¿por qué lo llaman encierro?
- Pues porque es un encierro. Las abuelas nos encierran durante nuestra formación.
- ¿Significa que no podéis salir a la calle?
- No, durante el encierro debemos permanecer dentro del hogar, durmiendo en una hamaca colocada a varios metros del suelo. Podemos recibir visitas femeninas, pero nunca salir afuera.
- ¿Por cuánto tiempo?
- Depende. Un año, dos, cinco a lo sumo. Depende lo que una tarde en estar preparada- vuelve a mirar mi trabajo- tú durarías cinco con tu abuela.
Norma ha debido ver en mi cara la expresión de incredulidad y espanto.
- ¿Cinco años encerrada? Yo quiero mucho a mi abuela pero si pasara cinco años con ella en una habitación sin salir a la calle creo que me volvería loca de remate
Norma estalla en risas.
- No es para tanto. Yo estuve 1 año, y fue una de las experiencias más bonitas de la vida. Ahora ha cambiado, las niñas van a la escuela, el encierro mayormente no dura más de un mes, para que vayan a la escuela. Pero en algunas comunidades sigue durando de 1 a 5 años.
- ¿Estuviste 1 año entero sin salir de tu casa? ¿Sola, con tu abuela?
- Sí, a veces mi tía también venía. Pero no es malo, no es lo que crees. Para mí fue una hermosa experiencia. Aprendí mucho de todo lo que se. Todo lo que necesito saber para mi comunidad. Aprendí a ser fuerte, a dejar de pensar en la inocencia de niña y prepararme para la vida dura de mujer. El encierro es un cambio radical, una metamorfosis. Una abandona todo de su vida anterior: sus vestidos, sus Wayunkeeras, su cabello. Nos rapan el cabello. Nos levantan a la madrugada y nos bañan sobre una piedra, con agua helada, mientras nos cuentan la importancia de los momentos duros, de saber resistir, y nos limpian de malos pensamientos…
- Yo creo que no podría.
- Todas podemos. Una mujer es más fuerte de lo que los hombres le quieren hacer creer. Si aguantamos un parto, aguantamos un baño de agua fría. Aquí no se pare con epidurales- sentencia, mirándome divertida, tejiendo su mochila a gran velocidad.
Me deja muda. Nada de mariconadas, le faltó decir. Tuve que callarme porque, joder… tenía razón en eso. Recapitulo a cuando dijo “Aprendí mucho de todo lo que se. Todo lo que necesito saber para mi comunidad” Al final, ¿qué es el conocimiento, la sabiduría, la inteligencia? Lo que uno sabe y utiliza de forma práctica para desarrollarse dentro de un sistema social. ¿Soy yo más inteligente que esta mujer por tener una carrera universitaria? ¿De qué me valía ahora? Quizá yo sabría más de historia de Europa, o de análisis sintáctico... Pero no sabría aguantar un parto natural, ni usar una planta medicinal para curarme una cagalera, ni tejer una puñetera mochila ni aun trabajando un año entero. Seguramente, si tuviera que vivir dentro del sistema Wayuu, sería la solterona Number One. Nada de lo que he aprendido en la escuela, me sirve ahora mismo aquí, excepto el sentido de la humildad.
- También nos instruyen en el alimento- continua Norma, sin perder la sonrisa- tenemos que tomar sopas. Nada de azúcar, ni sal, ni grasas. Muchas sopas de verduras y plantas, y de vez en cuando, carne de paloma o de tortuga.
- ¿Por qué?
- Porque son carnes que ayudan a conservar la juventud. El encierro es también una preparación para buscar marido. Cuando una sale, ya no es Majayut, señorita, sino que sale mujer. Se hace una gran fiesta y se reúnen todos los muchachos jóvenes. Y se baila la Yonna, un baile de conquista. Entonces la Majayut se viste con Ashein, túnica de color, y pañuelo colorido, se pinta su rostro, y persigue al joven, que va bailando de espaldas, en círculos, sin caer al suelo. Representa la búsqueda del equilibrio…
Y así, las dos continuamos tejiendo, al atardecer, mientras la arena nos azotaba la cara.