Estamos en diciembre, pero no parece Navidad.
De no ser por el jolgorio de la calle, los villancicos sonando a ritmo de cumbia, salsa y merengue, las luces de navidad de melodía repetitiva en cada tienda, o los pequeños arbolitos alumbrados, no nos hubiéramos dado cuenta. En México seguimos a 30 grados y el sol sigue brillando. La Navidad está rodeada de palmeras, agua de coco y piñas.
La gente pasea en manga corta y por doquier se ven coloreadas y brillantes piñatas colgando en los cordeles tras mesas y mesas de frutas y dulces. Parece que todo el pueblo en lugar de la Navidad, celebrara un gran cumpleaños. Y es que verdaderamente así es: se celebra el cumpleaños del niño Jesús.
La historia de la piñata navideña es bastante curiosa: las piñatas datan de tiempos prehispánicos en tierras aztecas donde, a manera de culto festivo a sus dioses, representaban la abundancia y los favores concebidos por ellos. Por eso cuando se golpea, cae la abundancia de los dioses representada por regalos, dulces, o frutas. Cada año en México y tras la mezcla de tradiciones católicas, las típicas piñatas navideñas son estrellas de 7 picos de papel maché (antes eran de barro, pero con tanto niño “desconchado” se sustituyó por papel). Las piñatas navideñas son estrellas no solo por la estrella de Belén, sino porque cada pico de la estrella representa un pecado capital (son 7 pecados capitales en total): el que golpea la piñata vence al pecado recuperando el don sobrenatural de la gracia (dones de Dios necesarios para alcanzar la salvación) representados por la caída de frutas y dulces. Normalmente la fruta es la piña.

En el caso de Europa, podría decirse que el color de la Navidad es el rojo y verde. En el caso de México, no podríamos elegir un color representativo: hay rosas, morados, verdes, limas, azules y naranjas. En las calles, los puestos de calaveritas y catrinas se sustituyen por belenes hechos de palos de madera, verdín, y muchos, muchos pastorcillos con sombreros mexicanos que llevan al portal piñas y aguacate, y pastorcitas de faldas y trenzas de colores que cargan maíz, frijol y frutas de todo tipo para el niño de Belén. El caso es que haya color, mucho color.
Y mucha juerga: en México se celebra la Navidad por todo lo alto desde el día 16 de diciembre. Es el día en que comienzan las posadas. Siguiendo la bonita tradición de reunirse en familia qué menos que reunirse en Navidad. La familia y la comunidad. Al igual que nosotros, aquí se celebra la Nochebuena, Navidad y Fin de Año, pero no se conforman solo con eso. Según la historia, la Virgen y San José caminaron sin éxito de casa en casa, migrando de un lugar a otro para encontrar un sitio seguro donde les acogieran para dar a luz al niño Jesús, hasta que encontraron el portal de Belén. Los mexicanos evocan estos momentos celebrando las posadas.
Durante esta fecha, que va del 16 de diciembre (primera posada) hasta el 24 (novena y última posada y nacimiento del niño), cada comunidad vecinal, sea en ciudad o pueblo, se organiza para celebrar todos juntos cada una de las posadas en familia y en comunidad, porque la comunidad es también familia.
Es ese sentido de colectivo que tanto nos enamora de la sociedad mexicana.
En cada posada, se sacan estatuillas de La Virgen y San José, que en procesión pasean por las calles, de casa en casa. Cada posada se celebra en la casa de un vecino, que a la llegada de los santos, reparte tamalitos o mezcal para que todos coman, tomen, canten y celebren.
Ya en la novena posada (la Nochebuena) cuando la Virgen y San José dan a luz al Niño, se saca la estatuilla de Jesús y se coloca el Belén completo. ¿No os parece una tradición bella?
Este año, nos toca pasar la Navidad viviendo un sueño que parecía imposible.
Con algunos impedimentos y saqueos autocaravaneros, nos toca pasar una Navidad algo más difícil, pero también bonita, solo que diferente. Toca brindar con atole en lugar de champán o Pedro Ximénez, y comer tortillitas de maíz y pizza de peperoni en Nochebuena, en lugar de langostinos. Toca ir a buscar posada en lugar de poner el Belén desde el puente de la Inmaculada.
Estamos en diciembre, pero no parece Navidad. Este año toca una Navidad entre palmeras. No cae la humedad que te cala los huesos, esa de la que tanta gente se queja, y no hay abrigos ni jerseys. Ni pavo, ni cordero, ni paté de cabracho. No se oye el jaleo contagioso de las zambombas, ni sonidos de pandereta. No está el Belén en la entrada, ni huelo el perfume de mi madre cuando me besa para desearme al oído un nuevo año lleno de felicidad.
Pero, principalmente, porque no te escucho llegar arrastrando tus pantunflas y cantar “Gloria” en el comedor envuelto en aroma a Varón Dandy; por eso, y principalmente por eso, esté aquí o allá.
Estamos en diciembre, pero no parece Navidad.