Abro los ojos porque me invade la calor. Estamos en diciembre y hace 30 grados a las 7 am. La tienda de campaña es un horno, pero abro la cremallera y contemplo frente a mí la infinidad del mar. La soledad.
Camino por la arena y voy pisando pequeños trozos de huevo de tortuga. Mitad de la arena está compuesta de huevo. Los buitres zopilotes vuelan en círculo buscando tortugas y las gallinas de la comunidad picotean en la orilla buscando restos de huevo o algún trozo de maíz desviado. El oleaje está bravo y las aguas parecen grises, pero el cielo es azul y la arena infinita. Miro a los lados y solo veo paz. Naturaleza salvaje. Cactus, yerba, y arena de huevo. Silenciosa, me siento a observar el mar. Me da respeto. Una tortuga curiosa aparece de repente de la nada. Las traen las olas en un visto y no visto. Despacito, comienza a arrastrarse por la arena. Ya viene cansada de luchar contra la fuerza del oleaje y además está embarazada. Sin embargo, poco a poco, consigue llegar a la arena seca y comienza a cavar un profundo hoyo moviendo sus aletas. La observo en silencio.
Pone sus huevos, los cubre, y se marcha. Al poco nacerán sus crías, que pasito a pasito se dirigirán al mar, buscando su destino. Cuando sean adultas, volverán misteriosamente a poner sus huevos al mismo sitio donde nacieron. Me sigue impactando la naturaleza.
De otro nido veo salir pequeñas tortuguitas de la arena, con esfuerzo. Son tan pequeñas que no ocupan ni la mitad de mi mano. Las acompaño para que no se las coman los buitres. Llegan a la orilla y se las llevan las olas, enormes, imponentes, a lo más profundo del océano. Ya volverán algún día. Entonces, de lejos, empiezo a ver sombras. Dos pescadores cogen sus trasmallos, enormes redes de más de 30 metros, y se tiran a la mar, a contracorriente, con olas de metros de altura, a nadar hacia la profundidad. A pulmón nadan mientras van soltando la red. Los perros les esperan a la orilla, vigilantes. Me acerco a saludar. Después de un rato, salen del agua (aún me pregunto cómo pueden nadar tan hondo en contra del oleaje) Se llevan sus peces y comienza la rutina.
Escobilla es una extensa playa cuya arena está repleta de trozos de huevos de tortugas marinas. Es el punto de México donde vienen más tortugas a desovar: miles al mes. La primera arribazón es la más fuerte: vienen cientos a la vez. Luego poco a poco, las va trayendo el mar.
En Escobilla se siente la fuerza del mar, y la fuerza de la naturaleza. Las ganas de sobrevivir de las tortugas para parir y de las tortuguitas para llegar al mar contra viento y marea, contra buitres y perros y otros peligros. La fuerza de los pescadores, que cada mañana se tiran al mar para buscar su sustento. Escobilla es salvaje. La comunidad de apenas 60 familias que allí habitan viven de la pesca, de comer huevo de gallina, y tortillas de maíz.
Aunque acampamos en la playa, vivimos con Don Toño, Doña Soyla y su familia. Cada mañana tomamos café y almorzamos pescado, y cenamos pescado. Y tortillas de maíz. Cada mañana Don Toño se echa al mar y vuelve con su trasmallo lleno de peces. Los limpia y los prepara. Don Toño es un hombre curtido: moreno, manos ásperas, pelo duro, calzonas y chanclas. Me recuerda a Cádiz. Don Toño sabe de la luna, de las mareas, de los vientos, de las tortugas, de las manta raya, de los tiburones, y de todo lo básico para su vida. Se conoce todos los peces del mar, y el que no se lo inventa. El bocadulce, el Pargo, el Roncador “que ase así rrrrrggg y ronca por la noche que no me deja ni dormir el wey” (carcajada)
Aquí el pescado se reparte. Si un compañero pescador ha pescado menos, pues se le da. Lo que uno pesca es de todos. Así todos tienen sustento. Doña Soyla coge las mazorcas de maíz y cada mañana las deshoja y tritura el grano en el molino y amasa sus tortillas. Su hija recoge los huevos que las gallinas van dejando por todo el exterior de la casa, algunas dentro del armario. Huevitos de desayuno y pescado para comer. Y es lo que hay. Y se vive feliz. Se vive del mar, se oye el mar, se respira el mar. Se siente el mar por los cuatro costados, y se ve desde la hamaca colgante.
Por la noche todo son risas e historias. Y visitas. Un vecino. Otro vecino. Otra familia de vecinos. Toda la comunidad. Y como no, mezcal. Y coronita. Dice Don Toño “Vino sagrado, vino sangriento, cerveza fuera que venga pa dentro”. Y “Pa todo mal mezcal, y pa todo bien mezcal también” Y risas. Amén.
La felicidad se encuentra en las pequeñas cosas, y en la paz del mar.
Íbamos para un día y nos costó una semana despedirnos de Don Toño y de la playa de Escobilla.
Gallinas, tortugas, zopilotes, el horizonte.
Y el mar salvaje.