Cómo cae la lluvia, vaya- digo, acercándome con Dicen y Chucho al escalón de la tienda de mi amiga Marta.
Marta tiene mi edad, 31 años y dos niños, Moisés de 7 años, y Maddi de 2 años, a la que siempre lleva cargada. Es muy guapa y siempre va con el pelo recogido en una cola baja, un huipil bordado y un corte guatemalteco. Trabaja todo el día en una tienda de electrónica por menos de 100 dólares al mes. Su marido Melvin es más joven que Dicen y trabaja esporádicamente tallando ataúdes en una funeraria. Estamos en San Antonio, el pueblo al sur de Guatemala, donde estamos trabajando en una casa hogar para niños paralíticos cerebrales rehabilitando un aula de escuela y un centro de terapias comunitario. A veces teje y vende sus propias artesanías, cuando tiene tiempo.
Cada tarde, vamos a la plaza y nos sentamos en el escalón de la tienda donde está empleada. Compartimos charlas, elotes, atoles, quedamos para organizar cenas y salidas, paseamos juntos…a su hijo Moisés le encanta jugar con Chucho, y la pequeña Maddi me llama por la calle cuando me ve. Lleva siempre un gorrito que Marta le ha tejido.
- ¿Cómo está tu hermano Marta? - le pregunto. De verdad me preocupa.
El hermano de Marta es hemofílico. Siempre necesita mucha medicación y casi siempre está ingresado en el hospital de Guatemala, a horas manejando de San Antonio. Cada vez que le ingresan sus padres, ya mayores, tienen que hacer noche en el hospital o pagarse un alojamiento en Guatemala. Marta intenta ayudarle en todo lo que puede, aun viviendo fuera de cada. Ella, siguiendo la tradición Guatemalteca, vive en casa de su suegra. Sus dos hermanos con sus hijos, en casa de sus padres. El menor es el enfermo. Esta vez, ha sido en la rodilla.
- Ay Anita…mal. No remonta. Y el médico no nos dice nada, nos bota de la sala y no nos cuenta, ni nos explica nada, así son.
- ¿Y tus padres? - pregunta Dicen
- Allá andan, están enojados porque dice no entienden nada y ellos están mayores para estas cosas, y no entienden por qué los médicos no les quieren explicar, pero es que aquí es así, demasiado le dan un cuarto. Y ahora le mandan unas medicinas nuevas que valen más de 500Q (500Q son 63 euros, más de la mitad de lo que Marta cobra) y le da para una semana no más…y la ambulancia otros 500
- ¿Pagan la ambulancia?
- Sí claro, aquí pagamos todo, la ambulancia, el hospital, las medicinas…todo
- ¿No hay sanidad pública?
- No, ni la escuela. Aquí todo es privado.
- ¿Por eso en la farmacia venden las pastillas una a una?
- Claro, porque no podemos comprar muchas. Y no sirve de nada porque uno toma dos pastillas y a lo mejor el tratamiento es de una semana pero uno no tiene. Pero aquí estamos bien porque hay medicina. En muchos pueblos más al norte, en las comunidades allá no. No hay farmacias, ni medicinas, ni médicos, ni nada. Aquí somos afortunados porque estamos cerca de Antigua y de la ciudad.
Le suena el teléfono.
- Dime. Ay no ¿de nuevo?
- ¿Qué pasó va todo bien?
- Sí nada, es mi papá, que el del taxi le quería extorsionar pero vino la policía y se zafó. Tuvo suerte esta vez.
- ¿Cómo?
- Si Anita, aquí la ciudad no es segura. Uno pide un taxi y pide que le llevan al hospital y pues como saben que vas a pagar allí porque tienes necesidad de salud te amenazan, te piden pisto, a veces mucho dinero. O te sacan arma. Ahí no se respeta nada, ahí aprovechan que uno está enfermo para sacar plata. Mejor no vayan a Ciudad de Guatemala.
- ¿Los mismos taxistas?
- Sí claro, quién sino- me explica con total normalidad
Me quedo a cuadros. O sea que, en Guatemala, en la salud y en la enfermedad hasta que el dinero nos separe…porque lo que es la medicina…si no hay pisto no hay chance.
En la casa hogar, hay muchos niños con parálisis cerebral severa. Ahora están en un hogar donde les proveen de medicinas, pero pienso…
¿Cuántos niños hay, como el hermano de Marta y aun peor, que no están atendidos, que están abandonados a su suerte? ¿Cuántas familias sufren a falta de atención médica digna?
Guatemala es país líder en casos de retrasos mentales y parálisis cerebral severa, y obviamente un factor fundamental es la puñetera salud privada que, perdonen las palabras, es una puta mierda, resultado de una política podrida y corrupta. En muchas ocasiones, estos problemas vienen derivados por uso de fórcex y otras negligencias médicas en el parto, pero la mayoría de las veces, esta y otras enfermedades o retrasos mentales, vienen dadas por enfermedades no tratadas de la madre durante el embarazo y malnutrición, pre y post parto. No hay dinero para vacunas. No hay para medicinas. Madres enfermas, niños enfermos.
A esto se suma mi campo… la educación: la ignorancia mata. Y mata niños. Muchas familias que tienen niños con discapacidad piensan que están malditos, que son castigados por sus pecados y sus hijos son castigos de Dios. Algunos creen que son posesiones del diablo. Los niños a menudo son abandonados, malnutridos o encerrados en jaulas, en cajas, arrinconados. Escondidos en un hogar que no es un hogar, de por vida. Enclaustrados por vergüenza, deshonor, miedo. Muchos regalan a sus hijos, muchos mueren. Los que corren con la suerte de vivir, llegan a ser malatendidos en orfanatos ilegales donde o bien los venden en el mercado negro para traficar con sus órganos o bien venden sus pequeños cuerpos para que unos malnacidos enfermos mentales abusen sexualmente de ellos.
En un país en el que con suerte uno cobra, como Marta, 100 dólares al mes, en el supermercado comprar cualquier cosa es igual o más caro que en Europa. Las medicinas son más caras que en Europa. Aquí se vive de arroz, frijol, y de oraciones en la Iglesia. Y quién tiene algo más, de algún rito de esoterismo.
Porque para medicinas no llega. Ni para educación. Entre eso, el nivel de delincuencia, y el de corrupción política y policial, un ciudadano normal está condenado a vivir la vida de sus abuelos, y sus hijos y sus nietos, la vida de ellos, y así siempre. No salen del círculo vicioso. No hay modo. Solo les queda rezar.
- Joder Marta, qué putada- es lo único que alcanzamos a decir. Nos sentimos fatal: desgraciadamente, no podemos hacernos cargo de la enfermedad de su hermano. Trabajamos a diario con niños, muchos, que están en peor estado: parálisis cerebral severa. Y somos conscientes de que no podemos solucionar los problemas de cada persona del mundo que conocemos. Pero sigue siendo duro. Nos encantaría ser multimillonarios y poder decir: toma, qué necesitas.
- No pasa nada Anita, seguimos adelante. Dios nos cuida. Él aprieta pero no ahoga- me sigue asombrando la enorme fe de esta gente para sobrellevarlo todo. Marta me mira a la cara, y aun con todo su penar, cambia de tema para alegrar el rato. Así es el carácter de los chapines.
- ¡Mira Ana, escucha! La canción que a ti te gusta- dice sonriendo. Realmente, no me gusta. Me resulta vomitiva y grotesca, de hecho, como todas las cancioncillas que estoy oyendo durante la propaganda política. Las elecciones son el 16 de junio. Pero, siempre que la oigo, me pongo a bailar y Maddi se ríe muchísimo.
Es la canción de Prosperidad Ciudadana “Llegó, llegó, Prosperidad Ciudadana ya llegó, llegó, con el lápiz pa pintarte el corazón, llegó…”, paseando por las calles de San Antonio, uno de los cientos de partidos políticos que cada día hacen propaganda en un desfile escandaloso, prometiendo seguridad, educación, sanidad, prosperidad… un coche ranchera, con dos grandes altavoces que suena a ritmo de antiguas canciones españolas con la letra cambiada para dar mensajes de anticorrupción, bienestar…de una manera dantescamente burda y asquerosa, a modo de tómbola de feria, como si regalaran “un perrito piloto”. Luces de neón y un grupo de ciudadanos pagados con pancartas. Pintadas en las puertas de las casas, a cambio de comprar con su voto a familias enteras con arroz, frijol o una mísera cantidad de dinero.
Promesas incumplidas de antemano a un pueblo que se muere de hambre y enfermedad, a ritmo de punta y cumbia, o de canciones de José Luis Perales.
Como dijo Juvenal, y siglos después Ortega y Gasset, Pan et Circenses, toros y fútbol, frijol y cumbia... En cada lugar del mundo los ingredientes son siempre los mismos, y el resultado la receta perfecta para alimentar una sociedad de miserias.