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Boqueworld

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Cuentos de la Selva: El Huancahui y la Chicua

Cuentos de la Selva: El Huancahui y la Chicua

Escrito por Ana Isabel Alcantara Leave a Comment

Hace unos días, en lo alto de la copa de una Lupuna, estaba mi abuelo Achachic.

Me da siempre mucha rabia, porque a pesar de que soy más pequeño, y menos pesado, aun me cuesta ganarle trepando por las enormes y gruesas lianas del árbol de la Lupuna. Por si tú no lo sabes, la Lupuna es el árbol más viejo y gigante de la Selva. Me resulta muy difícil no llegar exhausto y asfixiado. Y el abuelo se burla, y eso no me gusta. Me gusta cuando le gano los juegos. Pero aunque me cueste mucho subir hasta arriba, y tenga que aguantar mofas del abuelito, en el fondo la Lupuna es mi árbol preferido. Siempre vamos al mismo. Cuando no encuentro al abuelo en la comunidad, voy corriendo a nuestra Lupuna. Nosotros le llamamos Meshi. Es nuestro amigo, y es mágico. Abuelito dice que debajo de un árbol de Lupuna viven criaturas de la Selva. Nos gusta trepar a Meshi porque desde arriba se puede ver tooooda todita la Selva, hasta el último rincón. A mí me encanta, porque avistamos a los monos, a los delfines rosados en el río, y a veces a los osos perezosos, y a muchas aves exóticas, y de noche podemos ver las luciérnagas aya ñawi relampagueando por toda la Selva, como si las estrellitas hubieran bajado a juguetear  con nosotros entre los árboles. Me pongo nervioso cuando el abuelo coge una y me la pone en la mano. Me hace cosquillas, pero me aguanto. Luego la tapo con mis dos manos, así, como haciendo una cueva, y asomo un ojo por la abertura. Y ¡Tachán! Brilla dentro de mi mano. Eso me da risa. 

Bueno, lo que te estaba contando. Casi no veía a mi abuelito, de tan lejos que estaba ese día. Le llamé con nuestro silbido, y me contestó desde arriba. ¡Qué malapata! Eso significaba que me tocaba subir. Cuando llegué arriba, abuelito me instó a apresurarme.

“¡Venga, venga hijito rápido!, qué bien lento eres…vas a perdértelo…”

-¿Qué me voy a perder abuelito?- dije, deteniéndome en una liana a tomar aire (enormes bocanadas de aire), mientras terminaba de ascender con dificultad.

“Te lo diré cuando subas”- abuelito me miró muy serio, suspiró y dijo, o más bien, afirmó- “A ver si dejas de tomar tanta banana a todas horas, te está creciendo la panzota”

Me miré la panzota. Aunque era cierto, fruncí el ceño.

“No te enfades, y no seas tan vago. Un shamán tiene que estar siempre en forma. Mañana iremos a trepar más árboles, ahora ven acá”

Molesto por mi panzota, me senté al lado de mi abuelito, que me dio de beber agua de su zurrón. 

“Mira, ahora, escucha en silencio…por donde sale el Sol, allá donde apunta mi dedo, se oye el furioso chillido del Huancahui…y allá por donde el Sol se esconde, se oye el triste cantar de la Chicua”

Tenía razón. Una de las aves chillaba airosa…la otra, en cambio,  parecía sollozar.

-Abuelito Achachic, ¿Qué aves son esas? Nunca oí hablar de ellas, y nunca las hemos avistado antes…

“Nunca oíste hablar de ellas porque no te hablé de ellas hasta el día de hoy. Y tampoco nunca las vimos. Eso es porque nunca nadie las ha visto jamás, hijito. No se dejan ver, por pura vergüenza, por puro orgullo. Es uno de los misterios que esconde la Selva. Sin embargo, sí que se dejan oír. Siempre a la vez, siempre en sentidos opuestos. Porque la Pacha Mama nos quiso dejar una hermosa historia, y una hermosa lección, con el canto de estas místicas aves. Una historia que vas a conocer a continuación…”

“Hace mucho tiempo, y hablo de cientos de años, había en esta Selva un poblado de la tribu Shipibo. 

Había también una joven Shipibo, prodigiosa y talentosa, llamada Maya la Única, que cantaba armoniosamente, y que todos rodeaban para escuchar en las noches de fiesta. Maya tenía también el don de ver la luz de las personas y los animales.

Había también, en un poblado vecino, un joven Cocama, prodigioso y talentoso, llamado Aruwiri el Poeta, que tocaba el pífano armoniosamente, y que todos rodeaban para escuchar en las noches de fiesta.

Y había también otro joven, maligno y portentoso, llamado Sinchiruka, el Fuerte entre los Fuertes, hijo de un brujo malero que vivía en las profundidades de la Selva.

Sinchiruka solía pasearse desde niño por la Selva bajo la forma del urcututo, el endiablado búho nocturno que lanza dardos envenenados a las buenas gentes de los poblados, para llevarles la enfermedad, y espían silenciosamente con sus enormes e intensos ojos rojos a las personas, para causarles mal tan solo con desearlo. Un día, había sido Sinchiruka enviado por su padre, el brujo, para causar males diversos, cuando sobrevolando el Amazonas, un hermoso cantar llegó a sus oídos. Tal fue la belleza y dulzura de aquella voz, que el siniestro urcututo, conmovido por vez primera, tuvo que cambiar su rumbo para averiguar de dónde provenía ese canto. A orillas del Amazonas, la vio. Allá estaba la niña Maya, lavando sus ropas y cantando al son de las aves. Sinchiruka, cautivado por sus dones y hermosura, se posó en la rama de un árbol cercano. Ni su oscura alma de brujo malero podía resistirse a los encantos de la niña Maya. 

Desde ese día, cayó perdidamente enamorado de ella, y desde ese día, intentaría el hijo de brujo, en vano, ganarse su amor y afecto. Con su forma humana bajó del árbol, y se acercó a la niñita. 

Rápido sintió esta en su alma la maldad de Sinchiruka. Con tan solo mirarlo, vio una luz negra en él, y tanto fue así que no quiso ni siquiera hablarle, y rechazándole, volvió corriendo a su poblado. 

Sinchiruka, ofendido por el rechazo, sintiéndose negado de oportunidad, fue tras ella al poblado. Pero ella seguía viendo su oscura alma a través de los ojos del malvado.

Los años pasaron, y en vano intentaba Sinchiruka aproximarse a la niña, cada vez más mujer, mostrándole sus dones. Le enseñó a esta su inmenso poder, su hechicería, su capacidad de enviar males, su fuerza musculosa, su habilidad de transformarse en urcututo, su poder de leer mentes, sus habilidades como espía…

No entendía Sinchiruka, que todo lo que él consideraba dones, para ella no eran más que tormentos, y no aceptaba que la joven Shipibo no cayera rendida a sus pies de puro enamoramiento. Cualquiera al ver esos maravillosos poderes, pensaba el hijo de brujo, quedaría ensimismada. Cualquiera, menos Maya. Y por eso la quería aún más. Atormentado por su desamor, confesó a su padre lo que sentía por la joven cantarina, y este preparó las más poderosas pusangas para obligar a la joven a enamorarse de su hijo. Pero Maya, prodigiosa por naturaleza, era capaz de rechazarlos todos, y no paraba de repetirle a Sinchiruka que el amor no se consigue, que surge del corazón de las personas en mágica y extraña armonía, una armonía que entre ellos no existía, ni existiría jamás.

Sinchiruka, frustrado, corrió a las profundidades del bosque, y lloró desconsoladamente. Allá estuvo llorando por meses, hasta que el maravilloso sonido de un pífano llegó a sus oídos a través de las viejas raíces de los árboles, y le hizo alertar…

Mientras, en el poblado Shipibo, la bella joven Maya cantaba, lavando sus ropas en el Río Amazonas. Quiso la Huayra Mama mecer su canto en el aire, y la Yacu Mama balancearlo sobre sus aguas, y hasta el pueblito Cocama lo llevaron. En el poblado Cocama, el bello joven Aruwiri tocaba su pífano en el Río. Todas las jóvenes de su aldea le admiraban, y sin embargo, el no sintió admiración por los dones de ninguna. 

Hasta aquel día, en que las aguas de la Yacu Mama, y las brisas de la Huayra Mama, le llevaron el canto de Maya, como complemento a sus poesías y a sus melódicas armonías de pífano. El joven sintió despertar de un largo sueño, y guiado por el río, se bañó en sus aguas, y tocando el pífano pidió a la Yacu Mama que le llevara hasta aquel bello cántico que hacía erizar su piel. Quiso la Yacu Mama complacerle, pues las Mamas de la Selva saben hilar las cosas que están destinadas a unirse, y flotando llevó a Aruwiri a la otra del orilla del Río. 

Salió del agua, y sentándose al lado de la joven Maya, empezó a tocar el pífano. Un dulce sonido brotó del instrumento, y entonces la joven empezó a entonar una suave canción. La Selva entera se estremeció con sus cantos y melodías, florecieron las huamas putu-putu de las cochas, y los animales se asomaban a escuchar. A Maya sólo le hizo falta mirarle a los ojos una vez para vislumbrar la brillante luz del joven, signo de su pureza. Y entonces, con esa mirada, se conectaron sus almas y sus corazones por siempre.

Así como toda la Selva se conmovió con el sonido de los canto de los dos jóvenes, también así lo hizo el malvado Sinchiruka. El maligno, con los ojos entornados y envuelto en ira, salió disparado como un rayo por las entrañas de la Selva, y a mitad del camino, tomó la forma del urcututo, y surcó los cielos. La Huayra Mama, conociendo sus intenciones, sopló fuertes vientos huracanados para impedir que el hijo de brujo llegara a donde los jóvenes felices, pero este, astuto y poderoso, logró zafarse de la buena Mama del aire, y llegó presto a la copa de esta Lupuna, bajo la cual fueron a refugiarse los dos enamorados. 

Acá seguían los dos cantando y componiendo sus poesías, deleitando a los niños del poblado Shipibo con sus dones. Él, con el dulce sonido del pífano. Ella, con su voz aterciopelada. El malvado Sinchiruka, al verlos, casi estalla de la ira y la envidia. Entonces, explotando en una gran nube de fuego, y alarmando a todo el poblado, se apareció ante los dos prodigiosos chiquillos. Su cara, desencajada de odio. Sus ojos fulgurosos parecían ardientes llamas. Con su enorme cuerpo se acercó a ellos el malvado. Los jóvenes se abrazaron con fuerza contra el árbol, lo que acrecentó aún más la ira del Maligno. Furioso cual diablo, con su estridente voz, gritó:

- ¡Cómo tienes la osadía, oh tú diminuto forastero, minúsculo y cobarde compositor del infierno, de llegar aquí a arrebatarme lo que siempre he amado! ¡¿Es qué no sabes quién soy?! ¡Soy Sinchiruka, el Poderoso, el Fuerte entre los Fuertes…! ¡Ahora sufrirás las consecuencias de tus actos! ¡Voy a causarte la peor de las enfermedades…llenaré tus tierras de plagas, te crearé tormentos para siempre, traeré la muerte a tu pueblo! ¡Haré…!

Sinchiruka entonces se detuvo en seco, pues había mirado a la bella joven Maya, que le devolvía una mirada de temor, desprecio y reprobación. En su rostro sólo se vislumbraba miedo y odio. Temiendo haberla asustado, y creyendo aun en lo más profundo de su alma poder enamorarla, cambió radicalmente su discurso, e ideó un maléfico plan para deshacerse astutamente del joven compositor enemigo…y ganarse valientemente (o eso pensaba él) el amor de la joven. Así es que el brujo habló, compasivo:

- A pesar de la grandeza de mis poderes, seré compasivo contigo. Te daré la oportunidad de ganarte el amor de Maya. Si ganas, podrás casarte con ella, y yo no me entrometeré más en vuestros planes. Pero si pierdes, deberás marcharte de esta tierra para siempre, si no quieres conocer la muerte. Y tú, jovencita, no me harás esperar más, te vendrás conmigo a vivir a lo más profundo del bosque, y te convertirás en mi esposa. O eso, o le arrebataré la vida a este miserable y a todo tu pueblo. EL trato es el siguiente. Es sencillo. Realizaremos una competición de nado. Dejarás tu pífano en esa orilla del Río, y ambos nadaremos para ir por él. El que primero llegue, y toque el pífano, ganará el amor de Maya. Sin trampas ni maleficios. Sólo nuestra fuerza de hombres. El reto será en tres días, a la luna llena.

Y dicho esto, se esfumó en una nube de humo negro.

Sin otro remedio tras esta amenaza, sólo quedó a los jóvenes enamorados aceptar esta propuesta. El poblado Shipibo avisó a los Cocama de lo sucedido, y ambas tribus se unieron para ayudar y entrenar al joven que, con mucho esfuerzo, practicó día y noche, cruzando el río una y otra vez. Lo que no sospecharon es que todo brujo malero siempre incluye trampas en sus tratos. El malvado Sinchiruka no iba a permitir que Aruwiri se saliera con la suya y se llevara el amor de la joven Maya. 

Llegó el día de la competición, y tanto Aruwiri como  el brujo Sinchiruka se colocaron a las orillas del río, vislumbrando el preciado pífano, apoyado en un árbol de guaba. Nadie sabía que, antes de comenzar la carrera, el malvado brujo había gestado varios maleficios…Sinchiruka sabía que Aruwiri no llegaría a la otra orilla, él ya se había encargado de que eso no fuera posible.

El shamán de la tribu Shipibo anunció la salida a golpe de manguaré, y con el estruendo de los tambores, ambos competidores partieron veloces, y se introdujeron en las oscuras aguas del Amazonas.

El recorrido fue arduo; Sinchiruka había transformado el barro del fondo del río en arenas movedizas, haciendo que el joven Aruwiri se hundiera más y más, en tanto que él adelantaba la carrera. 

Pero entonces, Maya gritó entre la multitud: <<Ñaupajpi Aruwiri!>> (¡Adelante Aruwiri!) y como por arte de magia, el joven sacó toda su fuerza y consiguió zafarse de las fangosas garras del brujo malero, logrando salir ileso de las fatídicas arenas movedizas, y emprendiendo su veloz nado. Tanto fue el valor obtenido por las palabras de Maya, que adelantó a Sinchiruka.

A mitad del camino, el malvado brujo, que se veía derrotado por el joven, lanzó un oscuro maleficio para transformar a las sardinas en pirañas, que empezaron a rodear al joven músico, amenazando con devorarle. Temeroso de una muerte lenta y dolorosa, el joven sin saber qué hacer, miró a su amada Maya, que gritó: <<Ñaupajpi Aruwiri!>> (¡Adelante Aruwiri!) y de nuevo como por arte de magia, el joven sacó toda su fuerza y consiguió zafarse de las afiladas garras del brujo malero, logrando salir ileso de entre los peces carnívoros y adelantando con rapidez a Sinchiruka.

Y no contento con eso, cuando ya casi llegaban a la orilla, volvió el malvado brujo a lanzar otro maleficio, atrayendo a los yacurunas, que empezaron a tirar de las piernas del buen Aruwiri, sumergiéndole en el río. Maya, le pidió con fuerza a la Yacu Mama que llevara a Aruwiri sus palabras, y con los labios rozando el agua, volvió a gritar: <<Ñaupajpi Aruwiri!>> (¡Adelante Aruwiri!).  En el fondo del agua, y casi sin poder respirar, quiso la Yacu Mama traerle al joven las palabras de la enamorada, y como por arte de magia, el joven sacó toda su fuerza y consiguió zafarse de las manos de los yacurunas, saliendo a la superficie. 

Todo el pueblo Shipibo y Cocama aplaudió su éxito, gritando palabras de ánimos. Fue así que, a pesar de haber ganado Sinchiruka gran ventaja, consiguió Aruwiri adelantarle, llegar a las orillas, y salir del agua, atrapando fuertemente el pífano entre su mano y su corazón.

El pueblo saltaba en vítores de alegría. El malvado Sinchiruka, avergonzado y enloquecido, miró a Aruwiri, deseando matarle allí mismo con sus propias manos. Sin embargo, al ver la cara de alegría de Maya y el fuerte abrazo que le dio a su enamorado, pensó que nunca antes la vio tan feliz, y pensó también que quizá era más digno retirarse, y dejarles vivir en paz. Desapareció en una nube de humo, y volvió volando a la casa de su padre a las profundidades de la Selva. Entonces, Aruwiri volvió a cruzar el río con su pífano en la mano para reunirse con su enamorada, y todos le aplaudieron y alabaron como a un héroe. Decidieron pues, celebrar una gran fiesta en honor de los jóvenes prodigiosos, que vencieron al mal con amor.

La fiesta dio comienzo, y los dos pueblos seguían gritando y vitoreando al joven músico valiente, que gracias al amor de su enamorada había conseguido superar los artificios maquiavélicos del hijo de brujo. Los shamanes empezaban ya a contar su historia en las malocas a los más pequeños. Se habían convertido en leyenda. Llevaron a la fiesta mucho mapacho, jugo de *camu-camu, *mango, decenas de frutas silvestres, carnes, pescados y todas las comidas imaginables. 

La música sonaba y la bella Maya cantaba al son de la misma, mientras el joven Aruwiri, que al principio se sentía abrumado de tanto halago, empezó vanidoso a disfrutar de los cumplidos de todos, y a regodearse en su victoria. Entonces orgulloso, y creyéndose libre de las maldades  de Sinchiruka, empezó a gritar al viento: <<Millana Sinchiruka!>> (Sinchiruka el repugnante), alzando el pífano en el aire en señal de victoria. Los dos poblados empezaron a vitorearle y le siguieron en su grito de victoria: <<Millana Sinchiruka!>> (Sinchiruka el repugnante).

Sinchiruka, que estaba en las profundidades de la Selva llorando desconsolado en los brazos de su padre, oyó la brisa de la Selva, y escuchó atentamente. Entonces, cerrando los ojos, lo vio todo, y todo lo oyó. Enfurecido de rabia y vergüenza, y maldiciendo a aquel soberbio joven músico, al que le había perdonado la vida, miró a su padre, que le dijo:

Eres un estúpido misericordioso. ¿Vas a permitir que ese músico del pífano te nombre de ese modo? ¿Es que no has aprendido nada de tu padre? – Y, diciendo esto, tomó a su hijo del brazo y partieron camino a la fiesta, en forma de urcututos.

Los dos brujos maleros, padre e hijo, espiaron y espiaron escondidos entre las ramas de los árboles, camuflados entre sus hojas. Entonces, esperaron a que Aruwiri estuviera distraído y depositara el pífano junto a la hoguera. Así es que, mientras todos aupaban al joven, que seguía riendo incansablemente, celebrando su victoria, el padre brujo hechicero cogió disimuladamente el pífano del joven, y lo escondió en las profundidades de la tierra. Tomó en sus manos una serpiente venenosa, y con sus artes negras y maleficios, la transformó en un falso pífano que colocó de nuevo al lado de la fogata. Se frotaba las manos maliciosamente sólo de pensar en su pronta venganza. No iba a permitir que el fastidioso músico saliera inmune. La falsa flauta de madera permanecía erguida, apoyada en una piedra junto a la hoguera, esperando para cumplir su horrible fin: en el momento en que Aruwiri la depositara en sus labios, se transformaría en serpiente venenosa que, de un mordisco letal, acabaría con su vida.

Cuando todos estaban hastiados de tanto comer y beber, pidieron al valiente Aruwiri que les deleitara con la hermosa melodía de su pífano, y a la bella Maya que cantara con su voz embelesadora.

Cuando Aruwiri tomó el pífano entre sus manos, la joven y prodigiosa Maya, que veía la luz en las personas y los animales, percibió una extraña luz en el pífano, una luz oscura, y entonces se dio cuenta. Intentó avisar a Aruwiri repetidamente: <<Ama llangaychu Aruwiri!>> (¡No toques Aruwiri!), pero el joven la apartó, diciendo que el pueblo le pedía su bella música. Maya volvió a repetir, <<Ama llangaychu Aruwiri!>>(¡No toques Aruwiri!), pero el joven lleno de vanidad, envalentonado por los gritos y peticiones del pueblo, esta vez, desoyó las sabias palabras de su amada, y tocó el pífano.

En ese momento, el pífano tomó su forma real, y una serpiente venenosa mordió los labios de Aruwiri, que desgraciadamente, murió en el acto. 

Los brujos maleros, felices de la desdicha de los jóvenes, salieron volando de nuevo a lo más profundo de la Selva. 

Mientras, Maya se quedó allí, llorando la muerte de su enamorado, mientras el pueblo palideció sorprendido. Entonces la Pacha Mama, apenada por el final de esta historia, decidió convertirles en bellas aves, para que pudieran volar juntos para siempre. A él, le tocó el Huancahui. A ella, la Chicua. 

Pero el vanidoso Aruwiri, ahora transformado en ave Huancahui, no aceptaba su destino. Tal era su orgullo y rabia por haber sido engañado, y tal era su sed de venganza, que alzó el vuelo, y chillando enfurecido, salió a la caza de todos los urcututos y todas las serpientes venenosas de la Selva. Tan cegado estaba por su ira, y tan fuerte era su chillido de rabia, que no era capaz de oír el hermoso canto de la Chicua, su amada Maya, que volaba siempre cerca, siempre a su lado, para que su amado la reconociera. 

Pasaron años así.

Aruwiri el Huancahui, seguía sin oír nada más que sus gritos enfurecidos. 

Maya la Chicua, seguía entonando hermosas melodías. Hasta que un día, la bondadosa Maya se cansó de cantar para su Huancahui. 

Se cansó de esperar que su Aruwiri  se percatara de su presencia. Y entonces, se marchó. 

Lejos, a la otra punta de la Selva. 

Porque comprendió que, por más que ella lo intentara, nada podía hacer si Aruwiri seguía viendo su nueva vida con los ojos de la venganza. Así es que decidió emprender su nueva vida sola. Sin embargo, desde ese momento, su hermoso canto se transformó en un lamento eterno, un llanto desconsolado, que nos envuelve al ocaso. Todos lo oímos…excepto el Huancahui.

Desde entonces está el Huancahui gritando con furia, y la Chicua llorándole con su canto en el otro extremo de la Selva. 

Esto nos enseña, Yupanki, que el odio y la venganza, son una venda en nuestros ojos que nos impiden ver otras nuevas formas hermosas de vida. A veces, no todo sale como queremos, pero la Pacha Mama nos ofrece otra alternativa, que tenemos que estar dispuestos a abrazar, sin iras y rencores, o acabaremos como el joven Aruwiri, deambulando sin rumbo por el bosque, sin ver a su amada Chicua, que aun le anda llorando…”

- ¿Crees que el Huancahui se parará a oírla algún día, y que se encontrarán abuelito Achachic? – pregunté intrigado 

“Quién sabe, mi hijito…quién sabe…”

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El shamán de la tribu Shipibo anunció la salida a golpe de manguaré, y con el estruendo de los tambores, ambos competidores partieron veloces, y se introdujeron en las oscuras aguas del Amazonas.

El recorrido fue arduo; Sinchiruka había transformado el barro del fondo del río en arenas movedizas, haciendo que el joven Aruwiri se hundiera más y más, en tanto que él adelantaba la carrera. 

Pero entonces, Maya gritó entre la multitud: <<Ñaupajpi Aruwiri!>> (¡Adelante Aruwiri!) y como por arte de magia, el joven sacó toda su fuerza y consiguió zafarse de las fangosas garras del brujo malero, logrando salir ileso de las fatídicas arenas movedizas, y emprendiendo su veloz nado. Tanto fue el valor obtenido por las palabras de Maya, que adelantó a Sinchiruka.

A mitad del camino, el malvado brujo, que se veía derrotado por el joven, lanzó un oscuro maleficio para transformar a las sardinas en pirañas, que empezaron a rodear al joven músico, amenazando con devorarle. Temeroso de una muerte lenta y dolorosa, el joven sin saber qué hacer, miró a su amada Maya, que gritó: <<Ñaupajpi Aruwiri!>> (¡Adelante Aruwiri!) y de nuevo como por arte de magia, el joven sacó toda su fuerza y consiguió zafarse de las afiladas garras del brujo malero, logrando salir ileso de entre los peces carnívoros y adelantando con rapidez a Sinchiruka.

Y no contento con eso, cuando ya casi llegaban a la orilla, volvió el malvado brujo a lanzar otro maleficio, atrayendo a los yacurunas, que empezaron a tirar de las piernas del buen Aruwiri, sumergiéndole en el río. Maya, le pidió con fuerza a la Yacu Mama que llevara a Aruwiri sus palabras, y con los labios rozando el agua, volvió a gritar: <<Ñaupajpi Aruwiri!>> (¡Adelante Aruwiri!).  En el fondo del agua, y casi sin poder respirar, quiso la Yacu Mama traerle al joven las palabras de la enamorada, y como por arte de magia, el joven sacó toda su fuerza y consiguió zafarse de las manos de los yacurunas, saliendo a la superficie. 

Todo el pueblo Shipibo y Cocama aplaudió su éxito, gritando palabras de ánimos. Fue así que, a pesar de haber ganado Sinchiruka gran ventaja, consiguió Aruwiri adelantarle, llegar a las orillas, y salir del agua, atrapando fuertemente el pífano entre su mano y su corazón.

El pueblo saltaba en vítores de alegría. El malvado Sinchiruka, avergonzado y enloquecido, miró a Aruwiri, deseando matarle allí mismo con sus propias manos. Sin embargo, al ver la cara de alegría de Maya y el fuerte abrazo que le dio a su enamorado, pensó que nunca antes la vio tan feliz, y pensó también que quizá era más digno retirarse, y dejarles vivir en paz. Desapareció en una nube de humo, y volvió volando a la casa de su padre a las profundidades de la Selva. Entonces, Aruwiri volvió a cruzar el río con su pífano en la mano para reunirse con su enamorada, y todos le aplaudieron y alabaron como a un héroe. Decidieron pues, celebrar una gran fiesta en honor de los jóvenes prodigiosos, que vencieron al mal con amor.

La fiesta dio comienzo, y los dos pueblos seguían gritando y vitoreando al joven músico valiente, que gracias al amor de su enamorada había conseguido superar los artificios maquiavélicos del hijo de brujo. Los shamanes empezaban ya a contar su historia en las malocas a los más pequeños. Se habían convertido en leyenda. Llevaron a la fiesta mucho mapacho, jugo de *camu-camu, *mango, decenas de frutas silvestres, carnes, pescados y todas las comidas imaginables. 

La música sonaba y la bella Maya cantaba al son de la misma, mientras el joven Aruwiri, que al principio se sentía abrumado de tanto halago, empezó vanidoso a disfrutar de los cumplidos de todos, y a regodearse en su victoria. Entonces orgulloso, y creyéndose libre de las maldades  de Sinchiruka, empezó a gritar al viento: <<Millana Sinchiruka!>> (Sinchiruka el repugnante), alzando el pífano en el aire en señal de victoria. Los dos poblados empezaron a vitorearle y le siguieron en su grito de victoria: <<Millana Sinchiruka!>> (Sinchiruka el repugnante).

Sinchiruka, que estaba en las profundidades de la Selva llorando desconsolado en los brazos de su padre, oyó la brisa de la Selva, y escuchó atentamente. Entonces, cerrando los ojos, lo vio todo, y todo lo oyó. Enfurecido de rabia y vergüenza, y maldiciendo a aquel soberbio joven músico, al que le había perdonado la vida, miró a su padre, que le dijo:

Eres un estúpido misericordioso. ¿Vas a permitir que ese músico del pífano te nombre de ese modo? ¿Es que no has aprendido nada de tu padre? – Y, diciendo esto, tomó a su hijo del brazo y partieron camino a la fiesta, en forma de urcututos.

Los dos brujos maleros, padre e hijo, espiaron y espiaron escondidos entre las ramas de los árboles, camuflados entre sus hojas. Entonces, esperaron a que Aruwiri estuviera distraído y depositara el pífano junto a la hoguera. Así es que, mientras todos aupaban al joven, que seguía riendo incansablemente, celebrando su victoria, el padre brujo hechicero cogió disimuladamente el pífano del joven, y lo escondió en las profundidades de la tierra. Tomó en sus manos una serpiente venenosa, y con sus artes negras y maleficios, la transformó en un falso pífano que colocó de nuevo al lado de la fogata. Se frotaba las manos maliciosamente sólo de pensar en su pronta venganza. No iba a permitir que el fastidioso músico saliera inmune. La falsa flauta de madera permanecía erguida, apoyada en una piedra junto a la hoguera, esperando para cumplir su horrible fin: en el momento en que Aruwiri la depositara en sus labios, se transformaría en serpiente venenosa que, de un mordisco letal, acabaría con su vida.

Cuando todos estaban hastiados de tanto comer y beber, pidieron al valiente Aruwiri que les deleitara con la hermosa melodía de su pífano, y a la bella Maya que cantara con su voz embelesadora.

Cuando Aruwiri tomó el pífano entre sus manos, la joven y prodigiosa Maya, que veía la luz en las personas y los animales, percibió una extraña luz en el pífano, una luz oscura, y entonces se dio cuenta. Intentó avisar a Aruwiri repetidamente: <<Ama llangaychu Aruwiri!>> (¡No toques Aruwiri!), pero el joven la apartó, diciendo que el pueblo le pedía su bella música. Maya volvió a repetir, <<Ama llangaychu Aruwiri!>>(¡No toques Aruwiri!), pero el joven lleno de vanidad, envalentonado por los gritos y peticiones del pueblo, esta vez, desoyó las sabias palabras de su amada, y tocó el pífano.

En ese momento, el pífano tomó su forma real, y una serpiente venenosa mordió los labios de Aruwiri, que desgraciadamente, murió en el acto. 

Los brujos maleros, felices de la desdicha de los jóvenes, salieron volando de nuevo a lo más profundo de la Selva. 

Mientras, Maya se quedó allí, llorando la muerte de su enamorado, mientras el pueblo palideció sorprendido. Entonces la Pacha Mama, apenada por el final de esta historia, decidió convertirles en bellas aves, para que pudieran volar juntos para siempre. A él, le tocó el Huancahui. A ella, la Chicua. 

Pero el vanidoso Aruwiri, ahora transformado en ave Huancahui, no aceptaba su destino. Tal era su orgullo y rabia por haber sido engañado, y tal era su sed de venganza, que alzó el vuelo, y chillando enfurecido, salió a la caza de todos los urcututos y todas las serpientes venenosas de la Selva. Tan cegado estaba por su ira, y tan fuerte era su chillido de rabia, que no era capaz de oír el hermoso canto de la Chicua, su amada Maya, que volaba siempre cerca, siempre a su lado, para que su amado la reconociera. 

Pasaron años así.

Aruwiri el Huancahui, seguía sin oír nada más que sus gritos enfurecidos. 

Maya la Chicua, seguía entonando hermosas melodías. Hasta que un día, la bondadosa Maya se cansó de cantar para su Huancahui. 

Se cansó de esperar que su Aruwiri  se percatara de su presencia. Y entonces, se marchó. 

Lejos, a la otra punta de la Selva. 

Porque comprendió que, por más que ella lo intentara, nada podía hacer si Aruwiri seguía viendo su nueva vida con los ojos de la venganza. Así es que decidió emprender su nueva vida sola. Sin embargo, desde ese momento, su hermoso canto se transformó en un lamento eterno, un llanto desconsolado, que nos envuelve al ocaso. Todos lo oímos…excepto el Huancahui.

Desde entonces está el Huancahui gritando con furia, y la Chicua llorándole con su canto en el otro extremo de la Selva. 

Esto nos enseña, Yupanki, que el odio y la venganza, son una venda en nuestros ojos que nos impiden ver otras nuevas formas hermosas de vida. A veces, no todo sale como queremos, pero la Pacha Mama nos ofrece otra alternativa, que tenemos que estar dispuestos a abrazar, sin iras y rencores, o acabaremos como el joven Aruwiri, deambulando sin rumbo por el bosque, sin ver a su amada Chicua, que aun le anda llorando…”

  • ¿Crees que el Huancahui se parará a oírla algún día, y que se encontrarán abuelito Achachic? – pregunté intrigado 

“Quién sabe, mi hijito…quién sabe…”


Acá seguían los dos cantando y componiendo sus poesías, deleitando a los niños del poblado Shipibo con sus dones. Él, con el dulce sonido del pífano. Ella, con su voz aterciopelada. El malvado Sinchiruka, al verlos, casi estalla de la ira y la envidia. Entonces, explotando en una gran nube de fuego, y alarmando a todo el poblado, se apareció ante los dos prodigiosos chiquillos. Su cara, desencajada de odio. Sus ojos fulgurosos parecían ardientes llamas. Con su enorme cuerpo se acercó a ellos el malvado. Los jóvenes se abrazaron con fuerza contra el árbol, lo que acrecentó aún más la ira del Maligno. Furioso cual diablo, con su estridente voz, gritó:

  • ¡Cómo tienes la osadía, oh tú diminuto forastero, minúsculo y cobarde compositor del infierno, de llegar aquí a arrebatarme lo que siempre he amado! ¡¿Es qué no sabes quién soy?! ¡Soy Sinchiruka, el Poderoso, el Fuerte entre los Fuertes…! ¡Ahora sufrirás las consecuencias de tus actos! ¡Voy a causarte la peor de las enfermedades…llenaré tus tierras de plagas, te crearé tormentos para siempre, traeré la muerte a tu pueblo! ¡Haré…!

Sinchiruka entonces se detuvo en seco, pues había mirado a la bella joven Maya, que le devolvía una mirada de temor, desprecio y reprobación. En su rostro sólo se vislumbraba miedo y odio. Temiendo haberla asustado, y creyendo aun en lo más profundo de su alma poder enamorarla, cambió radicalmente su discurso, e ideó un maléfico plan para deshacerse astutamente del joven compositor enemigo…y ganarse valientemente (o eso pensaba él) el amor de la joven. Así es que el brujo habló, compasivo:

  • A pesar de la grandeza de mis poderes, seré compasivo contigo. Te daré la oportunidad de ganarte el amor de Maya. Si ganas, podrás casarte con ella, y yo no me entrometeré más en vuestros planes. Pero si pierdes, deberás marcharte de esta tierra para siempre, si no quieres conocer la muerte. Y tú, jovencita, no me harás esperar más, te vendrás conmigo a vivir a lo más profundo del bosque, y te convertirás en mi esposa. O eso, o le arrebataré la vida a este miserable y a todo tu pueblo. EL trato es el siguiente. Es sencillo. Realizaremos una competición de nado. Dejarás tu pífano en esa orilla del Río, y ambos nadaremos para ir por él. El que primero llegue, y toque el pífano, ganará el amor de Maya. Sin trampas ni maleficios. Sólo nuestra fuerza de hombres. El reto será en tres días, a la luna llena.

Y dicho esto, se esfumó en una nube de humo negro.

Sin otro remedio tras esta amenaza, sólo quedó a los jóvenes enamorados aceptar esta propuesta. El poblado Shipibo avisó a los Cocama de lo sucedido, y ambas tribus se unieron para ayudar y entrenar al joven que, con mucho esfuerzo, practicó día y noche, cruzando el río una y otra vez. Lo que no sospecharon es que todo brujo malero siempre incluye trampas en sus tratos. El malvado Sinchiruka no iba a permitir que Aruwiri se saliera con la suya y se llevara el amor de la joven Maya. 

Llegó el día de la competición, y tanto Aruwiri como  el brujo Sinchiruka se colocaron a las orillas del río, vislumbrando el preciado pífano, apoyado en un árbol de guaba. Nadie sabía que, antes de comenzar la carrera, el malvado brujo había gestado varios maleficios…Sinchiruka sabía que Aruwiri no llegaría a la otra orilla, él ya se había encargado de que eso no fuera posible.


Hace unos días, en lo alto de la copa de una *Lupuna, estaba mi abuelo Achachic.

Me da siempre mucha rabia, porque a pesar de que soy más pequeño, y menos pesado, aun me cuesta ganarle trepando por las enormes y gruesas *lianas del árbol de la Lupuna. Por si tú no lo sabes, la Lupuna es el árbol más viejo y gigante de la Selva. Me resulta muy difícil no llegar exhausto y asfixiado. Y el abuelo se burla, y eso no me gusta. Me gusta cuando le gano los juegos. Pero aunque me cueste mucho subir hasta arriba, y tenga que aguantar mofas del abuelito, en el fondo la Lupuna es mi árbol preferido. Siempre vamos al mismo. Cuando no encuentro al abuelo en la comunidad, voy corriendo a nuestra Lupuna. Nosotros le llamamos Meshi. Es nuestro amigo, y es mágico. Abuelito dice que debajo de un árbol de Lupuna viven criaturas de la Selva. Nos gusta trepar a Meshi porque desde arriba se puede ver tooooda todita la Selva, hasta el último rincón. A mí me encanta, porque avistamos a los monos, a los delfines rosados en el río, y a veces a los osos perezosos, y a muchas aves exóticas, y de noche podemos ver las luciérnagas *aya ñawi relampagueando por toda la Selva, como si las estrellitas hubieran bajado a juguetear  con nosotros entre los árboles. Me pongo nervioso cuando el abuelo coge una y me la pone en la mano. Me hace cosquillas, pero me aguanto. Luego la tapo con mis dos manos, así, como haciendo una cueva, y asomo un ojo por la abertura. Y ¡Tachán! Brilla dentro de mi mano. Eso me da risa. 

Bueno, lo que te estaba contando. Casi no veía a mi abuelito, de tan lejos que estaba ese día. Le llamé con nuestro silbido, y me contestó desde arriba. ¡Qué malapata! Eso significaba que me tocaba subir. Cuando llegué arriba, abuelito me instó a apresurarme.

“¡Venga, venga hijito rápido!, qué bien lento eres…vas a perdértelo…”

- ¿Qué me voy a perder abuelito?- dije, deteniéndome en una liana a tomar aire (enormes bocanadas de aire), mientras terminaba de ascender con dificultad.

“Te lo diré cuando subas”- abuelito me miró muy serio, suspiró y dijo, o más bien, afirmó- “A ver si dejas de tomar tanta banana a todas horas, te está creciendo la panzota”

Me miré la panzota. Aunque era cierto, fruncí el ceño.

“No te enfades, y no seas tan vago. Un shamán tiene que estar siempre en forma. Mañana iremos a trepar más árboles, ahora ven acá”

Molesto por mi panzota, me senté al lado de mi abuelito, que me dio de beber agua de su zurrón. 

“Mira, ahora, escucha en silencio…por donde sale el Sol, allá donde apunta mi dedo, se oye el furioso chillido del Huancahui…y allá por donde el Sol se esconde, se oye el triste cantar de la Chicua”

Tenía razón. Una de las aves chillaba airosa…la otra, en cambio,  parecía sollozar.

- Abuelito Achachic, ¿Qué aves son esas? Nunca oí hablar de ellas, y nunca las hemos avistado antes…

“Nunca oíste hablar de ellas porque no te hablé de ellas hasta el día de hoy. Y tampoco nunca las vimos. Eso es porque nunca nadie las ha visto jamás, hijito. No se dejan ver, por pura vergüenza, por puro orgullo. Es uno de los misterios que esconde la Selva. Sin embargo, sí que se dejan oír. Siempre a la vez, siempre en sentidos opuestos. Porque la Pacha Mama nos quiso dejar una hermosa historia, y una hermosa lección, con el canto de estas místicas aves. Una historia que vas a conocer a continuación…”

“Hace mucho tiempo, y hablo de cientos de años, había en esta Selva un poblado de la tribu *Shipibo. 


Había también una joven Shipibo, prodigiosa y talentosa, llamada Maya la Única, que cantaba armoniosamente, y que todos rodeaban para escuchar en las noches de fiesta. Maya tenía también el don de ver la luz de las personas y los animales.

Había también, en un poblado vecino, un joven Cocama, prodigioso y talentoso, llamado Aruwiri el Poeta, que tocaba el pífano armoniosamente, y que todos rodeaban para escuchar en las noches de fiesta.

Y había también otro joven, maligno y portentoso, llamado Sinchiruka, el Fuerte entre los Fuertes, hijo de un brujo malero que vivía en las profundidades de la Selva.

Sinchiruka solía pasearse desde niño por la Selva bajo la forma del urcututo, el endiablado búho nocturno que lanza dardos envenenados a las buenas gentes de los poblados, para llevarles la enfermedad, y espían silenciosamente con sus enormes e intensos ojos rojos a las personas, para causarles mal tan solo con desearlo. Un día, había sido Sinchiruka enviado por su padre, el brujo, para causar males diversos, cuando sobrevolando el Amazonas, un hermoso cantar llegó a sus oídos. Tal fue la belleza y dulzura de aquella voz, que el siniestro urcututo, conmovido por vez primera, tuvo que cambiar su rumbo para averiguar de dónde provenía ese canto. A orillas del Amazonas, la vio. Allá estaba la niña Maya, lavando sus ropas y cantando al son de las aves. Sinchiruka, cautivado por sus dones y hermosura, se posó en la rama de un árbol cercano. Ni su oscura alma de brujo malero podía resistirse a los encantos de la niña Maya. 

Desde ese día, cayó perdidamente enamorado de ella, y desde ese día, intentaría el hijo de brujo, en vano, ganarse su amor y afecto. Con su forma humana bajó del árbol, y se acercó a la niñita. 

Rápido sintió esta en su alma la maldad de Sinchiruka. Con tan solo mirarlo, vio una luz negra en él, y tanto fue así que no quiso ni siquiera hablarle, y rechazándole, volvió corriendo a su poblado. 

Sinchiruka, ofendido por el rechazo, sintiéndose negado de oportunidad, fue tras ella al poblado. Pero ella seguía viendo su oscura alma a través de los ojos del malvado.

Los años pasaron, y en vano intentaba Sinchiruka aproximarse a la niña, cada vez más mujer, mostrándole sus dones. Le enseñó a esta su inmenso poder, su hechicería, su capacidad de enviar males, su fuerza musculosa, su habilidad de transformarse en urcututo, su poder de leer mentes, sus habilidades como espía…

No entendía Sinchiruka, que todo lo que él consideraba dones, para ella no eran más que tormentos, y no aceptaba que la joven Shipibo no cayera rendida a sus pies de puro enamoramiento. Cualquiera al ver esos maravillosos poderes, pensaba el hijo de brujo, quedaría ensimismada. Cualquiera, menos Maya. Y por eso la quería aún más. Atormentado por su desamor, confesó a su padre lo que sentía por la joven cantarina, y este preparó las más poderosas *pusangas para obligar a la joven a enamorarse de su hijo. Pero Maya, prodigiosa por naturaleza, era capaz de rechazarlos todos, y no paraba de repetirle a Sinchiruka que el amor no se consigue, que surge del corazón de las personas en mágica y extraña armonía, una armonía que entre ellos no existía, ni existiría jamás.

Sinchiruka, frustrado, corrió a las profundidades del bosque, y lloró desconsoladamente. Allá estuvo llorando por meses, hasta que el maravilloso sonido de un pífano llegó a sus oídos a través de las viejas raíces de los árboles, y le hizo alertar…

Mientras, en el poblado Shipibo, la bella joven Maya cantaba, lavando sus ropas en el Río Amazonas. Quiso la Huayra Mama mecer su canto en el aire, y la Yacu Mama balancearlo sobre sus aguas, y hasta el pueblito Cocama lo llevaron. En el poblado Cocama, el bello joven Aruwiri tocaba su pífano en el Río. Todas las jóvenes de su aldea le admiraban, y sin embargo, el no sintió admiración por los dones de ninguna. 


Hasta aquel día, en que las aguas de la Yacu Mama, y las brisas de la Huayra Mama, le llevaron el canto de Maya, como complemento a sus poesías y a sus melódicas armonías de pífano. El joven sintió despertar de un largo sueño, y guiado por el río, se bañó en sus aguas, y tocando el pífano pidió a la Yacu Mama que le llevara hasta aquel bello cántico que hacía erizar su piel. Quiso la Yacu Mama complacerle, pues las Mamas de la Selva saben hilar las cosas que están destinadas a unirse, y flotando llevó a Aruwiri a la otra del orilla del Río. 

Salió del agua, y sentándose al lado de la joven Maya, empezó a tocar el pífano. Un dulce sonido brotó del instrumento, y entonces la joven empezó a entonar una suave canción. La Selva entera se estremeció con sus cantos y melodías, florecieron las *huamas putu-putu de las cochas, y los animales se asomaban a escuchar. A Maya sólo le hizo falta mirarle a los ojos una vez para vislumbrar la brillante luz del joven, signo de su pureza. Y entonces, con esa mirada, se conectaron sus almas y sus corazones por siempre.

Así como toda la Selva se conmovió con el sonido de los canto de los dos jóvenes, también así lo hizo el malvado Sinchiruka. El maligno, con los ojos entornados y envuelto en ira, salió disparado como un rayo por las entrañas de la Selva, y a mitad del camino, tomó la forma del urcututo, y surcó los cielos. La Huayra Mama, conociendo sus intenciones, sopló fuertes vientos huracanados para impedir que el hijo de brujo llegara a donde los jóvenes felices, pero este, astuto y poderoso, logró zafarse de la buena Mama del aire, y llegó presto a la copa de esta Lupuna, bajo la cual fueron a refugiarse los dos enamorados. 


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Filed Under: Diario de viaje, La Restinga (Perú)

About Ana Isabel Alcantara

Me llamo Ana Isabel, pero mi familia y amigos me llaman Ana. Trabajo como profe de educación Infantil y Primaria en un cole de Cádiz, y era lo que quería ser desde pequeña. Pero en mis vacaciones lo que más me llena es enseñar y aprender viajando en aquellos lugares donde son imprescindibles muchas manos para mejorar la educación de los niños a nivel social e institucional. ¡Las vacaciones se quedan cortas cuando se trata de acumular experiencias! Así nos surgió la idea de dar la vuelta al mundo en autocaravana. ¡Preparados, listos, ya!

Necesitamos tu opinión para aprender!!

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