"Hijos míos muy amados: no sé que esperáis para sacudir el pesado yugo y servidumbre trabajosa en que os ha puesto la sujeción a los españoles; yo he caminado por toda la provincia y registrado todos sus pueblos, y considerando con atención qué utilidad o beneficio nos trae la sujeción de España [..] no hallo otra cosa que una penosa [..] servidumbre". Jacinto Canek
Llegamos a Cisteil, una pequeña comunidad maya llena de vida. Una gran pandilla de niños se acercan corriendo a rodear nuestra autocaravana, con gritos de jolgorio. Chucho está como loco con tanto niño. Se lo llevan a jugar. Todos ellos hablan maya. Los más pequeños no saben nada de español. Nos piden que les enseñemos nuestra casa. No se pueden creer que vivamos en un carro. De repente, nuestra autocaravana se llena de vida: 12 niños entran a la vez dentro ¡no sabíamos que cabía tanta gente a la vez!
-Está pequeño este casa- nos dice un chiquillo, con acento maya. Se nota que el español no es su primer idioma.
Aparcamos en el centro del pueblo, una gran plaza alrededor de la cual conviven 28 familias en palapas de madera y paja donde la familia comparte todos los momentos del día y muchas, muchas platicas.
Las mujeres tejen y hacen tortillas de maíz en el comal. Los hombres, trabajan la Milpa, recogen maíz, yves, frijol, y construyen hornos de leña para hacer carbón. Nos invitan a acompañarles. Paseamos con los niños y nos llevan a visitar todos sus hogares. Comparten sus juegos con nosotros, visitamos sus escuelas, les llevamos material escolar, contamos cuentos y ellos nos cuentan innumerables cuentos y leyendas: del dios del maíz, Juan Conejo y el jaguar, la leyenda de Ishtabai, el demonio serpiente maya que se lleva a los hombres.
Pero sin duda, la historia más interesante que tuvimos la suerte de oír, no fue una leyenda sino una historia real: la historia de Jacinto Canek, la historia de Cisteil, el pueblo que resurgió de sus cenizas.
Paseando por la plaza observamos el busto de un hombre
- ¿Quién es?- preguntamos
-Ese es el señor Jacinto- responde Vero, una de las pequeñas- es un héroe de nosotros
-¿Un héroe?
-Sí, el señor Ildefonso, él sabe todo
Vero nos toma de la mano y nos lleva a la casa de Ildefonso, en la mera esquina del pueblo. El señor Ildefonso lleva toda su vida en Cisteil. Es un señor curtido, moreno, robusto. Se hirió en el pie con un tronco. Ya no puede caminar bien ni trabajar en la Milpa, pero sus hijos trabajan por él. En sus ojos se refleja el paso del tiempo y en su retina se acumulan recuerdos e historias. Mirarle a los ojos impone ese respeto propio de una sabiduría ancestral de un pueblo desconocido para nosotros, un instinto especial olvidado por la gente de ciudad. Nos invita a comer en su casa, compartimos tortillas recién hechas y frijol licuado, y sentados en el campo, comienza a contarnos con orgullo la historia de su pueblo, un pueblo donde se intentó exterminar la vida: un pueblo rociado con sal. El Señor Ildefonso comienza la historia. Su voz denota el orgullo de un pueblo que lucha, y su español el mágico encanto de un español medio aprendido por la supervivencia y el ferviente deseo de conservar su lengua materna: el maya.
- ¿Con sal?- pregunto
-Si con sal, pa que no creciera nada. Todo se echó de sal acá, todo mero de sal lleno estaba, de los malos gobiernos que pusieron todo de sal
-Pero ¿por qué?- mi curiosidad aumentó
-Pa que nadie viviera aquí de nunca más, que no creciera nada en las terrenos de acá, ni un hoja de árbol nada. Animales nada, todo muere acá, gentes no podían buscar sus comidas de ellos, de nuestra para vivir acá
-¿Pero por qué hicieron eso?
-De castigo pues, de rebeldes de época de esclavitudes. Jacinto vino y todos seguimos Jacinto.
-¿Qué pasó aquí Señor Ildefonso?
-Pues te cuento qué es que pasa acá…Hace muchos muchos tiempos de atrás, en épocas de esclavitudes, aquí una rebelión, una muy fuerte. De Jacinto Canek la comenzó… y todo las gentes, todo el mundo todos sabía donde Jacinto se escondía y nadie decía nada de nada, porque Jacinto ayuda gente y gente ayuda Jacinto
-¿Y Jacinto era indio?
-Jacinto Canek, sí, indio maya era, y cura era en Mérida estudió, fue estudioso hombre, pero echaron de convento porque decía las verdades, y cura no gustaban de las verdades. Porque Jacinto decía “¡vamos a repartir todos las cosechas, todo se reparte a las gentes que lo trabajan!” Y patrón decía no porque indios no saben hacer con sus cosechas. Pero Jacinto decía sí sabemos hacer, y tenemos derecho de hacer con nuestro trabajo, recoger frutos. Esas eran de épocas duras de esclavitudes, sabe maestra…
A tí lector, para que te ubiques en la historia, allá por 1700, mucho antes de Emiliano Zapata, Pancho Villa y la Guerra de Independencia de México, había en este país, y todo el continente un sistema esclavista, que hoy continúa bajo el eufemismo del mercado libre y el yugo del capitalismo, que sigue obligando a comunidades como Cisteil, a la falta de oportunidades educativas y a un arduo trabajo en el campo y el carbón, a precio de risa.
Desde la época de la conquista, a golpe de espada y látigo, se sometió al pueblo maya a la esclavitud y el trabajo forzado. Muchos indios se suicidaban por no soportar el yugo y la explotación.
A los indios, a los que la Iglesia católica española definió como “seres peores que los animales y sin alma que no tienen derecho de conocer a Dios”, un concepto que ha pesado en la sociedad hasta nuestros días, como un efecto Pigmalión interminable, se les despojaron de sus tierras, les torturaron y les marcaron para siempre a fuego la inutilidad de su existencia. Solo servían para servir al blanco. A día de hoy, continuan los prejuicios sociales contra ellos y ellos mismos siguen sintiendo esa indefensión aprendida, como el cuento del elefante atado de Bucay, que como mochila de piedras pesa en sus espaldas y les hace sentirse inferiores, incultos, y menospreciados, avergonzados de su propia identidad. Una mochila de piedras que lleva siglos pesando y condicionando el desarrollo de miles de poblaciones indígenas en América Latina.
Aldeas en llamas, violaciones, pedofilia, enfermedades y muerte por cansancio y falta de alimentos. Ese fue el día a día de 13 millones de indígenas en México y otros tantos millones en el resto del continente, durante siglos.
El patrón español disfrutaba, además del derecho a poseer todas las siembras y cultivos, del derecho a desvirgar a las niñas indígenas, y cualquier queja se pagaba con la muerte. A las primeras revueltas se respondió con fuego y látigo. Le siguió la Ley contra la Vagancia, que otorgaba al patrón el derecho incondicional de disparar a cualquier indio que vagueara, según concepto de su dueño, que se negara a trabajar o que intentara escapar. A la continuidad de las revueltas se dio una tregua: para calmar los ánimos se ofrecen los primeros salarios y nace el origen de esta palabra. El trabajo forzado se pagaba con sal, algo de maíz, y algo de aguardiente. Mantenerlos borrachos calmaba las cosas y ayudaba a continuar con el vestigio maldito de la vagancia del indio: son unos borrachos que solo saben tomar y no sabrían manejar su dinero.
-Y fue panadero Jacinto también
-¡Órale! Cura y panadero
-Si cura y panadero, pero igual trabaja Jacinto para patrón, porque indio era
Jacinto fue formado por religiosos franciscanos en el convento mayor de la ciudad de Mérida; debido a su temperamento rebelde fue expulsado y se convirtió en tahonero. Inteligente, educado y audaz, asume el liderazgo de un movimiento espontáneo gestado por las condiciones de injusticia social y de sometimiento en que vivían los mayas en la época colonial en Yucatán.
-Y fue que el mes de noviembre de 1761, el día 19, Jacinto mueve las gentes a levantarse contra los españoles. Pero todas gentes de Cisteil y otros pueblos también. Todos escuchaban Jacinto. Y decían gentes “pero Jacinto, nosotros no tenemos armas, ¿cómo vamos a hacer? Soldados vienen con armas y nosotros no tenemos nada. Cómo vamos a hacer” Y dijo Jacinto “¿Cómo vamos a hacer? Yo te digo cómo vamos a hacer. Vamos a esconder como jaguar, esperar, y sus armas vamos a usar, quitamos armas y sus armas son de nosotros” Y así hicieron todos se escondieron, y cuando soldados llegan todos matan, uno dejan no más, para que lleve mensaje, y todas armas agarran, y se hacen trinchera acá en Cisteil. Ya no queda pero antes, un chingo de balas había acá, de Jacinto y sus hombres. Porque Jacinto dice para ganar, no hace falta tanto armas pero coraje. Y chíngale coraje hubo. Muchos soldados se matan. Pero tendieron trampa Jacinto. Todos en pueblo acá y otros pueblos todos sabían donde esconde Jacinto y nadie dice. Pero pescan Jacinto al final y todos sus hombres y llevan a Mérida…
Dice la historia que, después de los acontecimientos en el que murieron numerosos soldados del ejército de la Capitanía General de Yucatán y también vecinos de la localidad de Cisteil, el líder maya cayó preso siendo conducido a Mérida junto con los otros rebeldes. Ahí, él y sus colegas fueron ejecutados en la plaza pública el 14 de diciembre -menos de un mes después de la alzada-, después de juicio sumario, acusados de rebelión y actos sacrílegos, ya que se dijo que Canek había tomado la indumentaria de la virgen de la iglesia de Cisteil para coronarse rey de los mayas, gesto que dijeron se había confirmado por las versiones de los testigos mayas que fueron ajusticiados simultáneamente, previa confesión obtenida bajo suplicio.
Escribe don Justo Sierra O'Reilly, amigo de Jacinto, en 1849, en su periódico "El Fénix":
"Se le hace pasar un suplicio de los más horrorosos que se leen en la historia, quemándose su cadáver y arrojando al aire sus cenizas; sus ocho compañeros fueron ahorcados dos días después y otros cien infelices fueron condenados a sufrir la durísima pena de doscientos azotes y la pérdida de la oreja derecha"
-¿Y qué le pasó a Jacinto Señor Ildefonso? - deduzco la respuesta, pero quiero oírlo todo de la voz de la experiencia
-Allá en Mérida torturaron Jacinto. Pinzas que quema todo le pellizcan y arrancan sus carnes y queman Jacinto. Luego sus cenizas tiran por los aires, por los cuatro puntos cardinales dicen, para que no se quede de ningún sitio. Pero sí queda, queda en Cisteil, ¿sabe maestra? Porque acá se dice que, cuando Jacinto murió, se posó una paloma en su cuello, y que esa paloma es el alma de Jacinto. Y hubo muchas de las personas de Cisteil que vieron pasar esa paloma, y es el alma de Jacinto. Y el alma de Jacinto protege este pueblo. Porque el pueblo no murió, siguió adelante, nació la vida de nuevo, porque vino la paloma. Y sigue aquí su alma de Jacinto Canek…
-¿Lo vió la gente?- me emociona la fe de sus palabras. La fe de un pueblo
-Sí todos vieron sí. Todo el pueblo vio Jacinto en paloma. Por acá pasó mira ahí, por ahí delante… Y entonces echaron todo de sal, todo muerto ¿sabe maestra? Castigo para pueblo que sigue Jacinto. Pero vida nació y estamos acá, 28 familias viviendo acá
-Vaya, es emocionante…qué bonita historia Señor Ildefonso. Y qué triste también…
-Si pues hay hermanos que dan vida por otros y así les recordamos. Pero Jacinto no muere. Él sigue acá. Se dice en el pozo.
-¿Qué pozo?
-Mira allá que en frente que hay un boquete, es un cenote, un pozo. Dice las gentes que allá abajo está armas de Jacinto Canek y su ejército. Ellos escondieron armas en pozo, nunca nadie encontró. Bajaron buzos y no encontró. Pero allá están esperando, nosotros sabemos. Se dice que se van a encontrar cuando nuevo Jacinto venga, ellas van a salir para él. Para que empiece guerra de nuevo.
Don Ildefonso se queda mirando al infinito, al pozo.
-Yo tengo un hijo ¿sabe maestra? Juan el chico. Mi más pequeño es. Que es estudioso también, como Jacinto. En Mérida también está, haciendo de doctor, y viene acá los sábados y cuenta de sus historias a los niños de Cisteil, de historias del pueblo maya y de historia de Jacinto. Juan dice que, ahora no sirve, pero futuro se acerca, y niños son futuro maestra. Eso dice él. Que los niños se despierten cuando adultos y luchen por pueblo…
-¿Será su hijo Juan el nuevo Jacinto Ildefonso?- la mera idea me llena de pasión
-Quién sabe maestra, quién sabe…