Después de atravesar Belice, llegamos a Guatemala. Era Semana Santa. Nos establecemos en un camping de la Antigua para investigar un poco acerca de la casa hogar donde vamos a comenzar un nuevo proyecto. La tarea no es fácil. El gobierno de Guatemala ha cerrado muchos orfanatos por problemáticas que nos resultan inconcebibles. Malnutrición infantil, maltrato físico…trata sexual, venta ilegal de niños. No encontramos un buen orfanato donde poder iniciar nuestro trabajo.
Mientras seguimos investigando en la computadora, escuchamos sonidos de tambores y cornetas. Está atardeciendo.
- Mira, ya viene el Prendimiento- digo de broma. Dicen se ríe, y se asoma a la puerta del camping
- Oye, que no es coña, que hay una procesión.
- Venga ya.
- Que sí, lo que pasa que es enorme.
- ¿Cómo de enorme?- me levanto corriendo y me asomo a la puerta
- Yo que sé de lejos parece como de unos 10 metros o más de largo
- ¿Qué dices cómo va a ser eso?
- Pues no lo estás viendo.
- Entonces ¿aquí también hay procesiones? Espera
Me acerco al dueño del camping. Es un señor bajito, regordete y panzón, muy muy moreno, con mucho pelo negro peinado hacia detrás con mucho gel de peinado y una camiseta de futbol, pero siempre huele a perfume.
- Raúl, ¿aquí hay procesiones?
- ¡Mira si hay! ¡Muchas niña! Todos los días salen. Hoy es día fuerte mire. Tienen que salir a ver. Salen de noche y todo. Es el día fuerte de las alfombras. Hay cientos. Las ponen en cada calle, y en la Calle Ancha donde más, pero ahí es más fácil claro, porque está todo lisito. Donde es difícil es en el centro que está adoquinado, pero así y todo las ponen.
- Pero, ¿para qué?
- Pos pa que pase el santo. Mira no le digo más tiene que ir a ver eso es muy importante, hombre, tradición de mi país.
- Pero, ¿ya están puestas?
- No, ahorita las ponen en la noche, pa que mañana los santos que salen caminen en ellas. Mira, dejen esa computadora que ya llevan desde temprano, y salgan háganme el favor ¿sí? Venga marchen
- ¿Qué hacemos Dicen?- pregunto
- Pues dice que es día de Alfombras, vamos al centro a ver qué son, o cómo las ponen, o yo que sé, habrá que investigar ¿no?
Salimos caminando con Chucho para el centro de la Antigua, y lo que vemos nos fascina. Primero, la ciudad en sí nos fascina. Callejuelas estrechas y coloniales, casas de colores y teja roja, arcos por doquier, fuentes, plazas enormes, y el volcán de fondo. La estampa es preciosa. En una plaza, vemos un montón de procesiones en fila. Es una especie de vía crucis. Explica la historia de Jesús desde que lo prenden hasta su muerte.
- ¿Han ido al sagrario?- pregunta una señora con cara amable. Lleva huipil (blusa tejida), fajín y corte (falda larga de patrones coloridos), como casi todas las mujeres en todo el país de Guatemala. Su pelo está recogido alrededor de un lazo que le rodea la cabeza, a modo de diadema.
- No, no hemos ido, acabamos de llegar- responde Dicen.
- Tienen que- nos dice con firmeza, con las manos cruzadas. Aquí es tradición que jueves santo uno visite 7 sagrarios de 7 iglesias y rece el rosario. Allá dentro hay uno mire, puede pasar. Y mañana van a bajar al crucificado, ahí también en esa iglesia.
- ¿Cómo lo bajan?
- Lo baja la gente, con cuerdas.
- ¿En serio?
- Sí, porque mañana es el Santo Entierro, entonces en esa iglesia de allá, se baja a Jesús de la cruz cuando acaba la misa, y se mete en la urna. Y ya sale la procesión
- ¡Ah qué curioso! Entonces ¿la misma gente lo baja y lo meten en la urna?
- Sí así es cada año. Es la tradición.
- ¡Gracias por la explicación señora!
- ¡Está bien, bienvenidos a Guatemala, bendiciones!
- ¿Qué curioso eh?- le digo a Dicen cuando se marcha la señora.
Pasamos a la iglesia. Hay misa. El sagrario está en el jardín, y es como un altar decorado con telas blancas y brillantes y muchas figuras de angelitos alrededor de una pequeña urna. Dentro hay una copa dorada, que imaginamos que es el cáliz sagrado y un cofre donde probablemente guarden las ostias. Un camino de velas alumbran el sendero hasta el sagrario y a su alrededor, las gentes cantan un ave maría nuevo para mí y recitan salmos, mientras van girando las bolitas de sus rosarios, una a una. En silencio, pasamos a la iglesia y miramos al cristo. Su pelo parece real y, efectivamente como nos dijo la señora, tenía colocadas unas cuerdas alrededor, para que al día siguiente lo pudieran descolgar de la cruz.
Salimos de la plaza y giramos una esquina. De repente, miro al suelo, y le señalo a Dicen con el dedo: Realmente, la ciudad está llena de alfombras. Miro hacia delante, y solo veo calles como pintadas de colores, como si toda la ciudad estuviera alfombrada. Parecen telas larguísimas de patrones multicolores, como los tejidos de las faldas de corte y blusas que visten las mujeres. Hay cientos de caminos de colores por el centro de las calles. La ciudad es como un colorido laberinto psicodélico.
Es como cuando en la película de Mary Poppins, Bert la lleva con los niños a ese parque lleno de pinturas, y saltan dentro de ellas entrando en lugares mágicos y maravillosos. Entran ganas de saltar en una y ver qué pasa.
Cuando nos vamos acercando, nos damos cuenta de que las alfombras no son de tela. Cientos de personas están agachadas al lado, con una especie de colador en la mano y cestos llenos de un polvo de colores.
Hay verdes, azules, turquesas, lima, amarillos, naranjas, morados…
Nos acercamos más y le preguntamos a un señor que lleva el típico sombrero de paja.
- Disculpe caballero, ¿me podría usted decir que hay en los cestos?
- Es aserrín amigo, acá están todos mira- nos señala a los cestos
- ¿Aserrín?- pregunto
- Sí, es aserrín, pasa que los teñimos. Todos los colores le ponemos, de todos. Cuanto más colores más hermosos.
Trabajan con unas plantillas blancas gigantes que siguen unos patrones: geométricos, floridos, con curvas que se entrecruzan, rayas y flores de todos los tamaños. El señor nos cuenta que se llama Manuel. Tiene 5 hijos y 10 nietos, y todos están poniendo su granito de arena, o de aserrín más bien, nunca mejor dicho en esta ocasión. Se ven felices. Sonríen y colocan con cuidado cada espolvoreada. Sus nietos colocan flores, una a una, con precisión. Ríen y bromean tirándose aserrín rosa en las cabezas. Su mamá les regaña.
El señor Manuel nos cuenta que el proceso es muy complejo. Primero vuelcan varias capas de aserrín normal, y lo allanan con una especie de paleta. Luego colocan con suavidad las planchas de los patrones, y comienzan a espolvorear el aserrín de colores con un tamiz. Luego colocan flores, hortalizas, ¡hasta hicieron un Cristo del santo entierro hecho con panes!
- ¿Y cuánto tiempo tardan en hacer una Alfombra?- pregunta Dicen
- ¡Ay amigo! Toda la noche
- ¿Toda la noche?- repito perpleja
- Sí, pero es divertido. Es tradición familiar, toda la familia hace, y preparamos tamales, y atol de leche calientito. Para nosotros es un honor familiar, y un momento compartido cada año. Como Navidad. Y Nosotros arriba ponemos piña y huicoito ¡mire!- me enseña una hortaliza pequeña y ahuevada, color verdosa que yo no había visto nunca- es como, ¿cómo dicen ustedes? Calabacitas pequeñas. Se come con huevos. Coge usted un huicoito tierno y lo pica tal que así, sin pelar ni nada y pone cebolla y huevo luego. Está rica, ¡llevésela! Va a gustar.
- ¿En serio? ¡Gracias Manuel! ¡Lo probaremos como usted dice! Y ¿Por qué ponen frutas y verduras en las alfombras?
- Damos gracias por las comidas a nuestro padre Dios. Damos gracias con las Alfombras. Es nuestro modo de decir, acá estamos, pedimos salud, comida, bendiciones, este es nuestro regalo. Para que Dios pase.
- ¿Van a ver mañana ustedes las procesiones?
- ¡Sí por Dios! ¡Vénganse! Acá les esperamos, pasan todas en la Calle Ancha acá en mi casa.
Le damos las gracias nosotros a él por los huicoitos tiernos y por su amable explicación y quedamos pues para el día siguiente. Seguimos nuestro camino. Tras recorrer todos los coloridos caminos, nos vamos a dormir al camping, para poder ver las procesiones al día siguiente. Y en serio… ¡el revuelto de huicoitos tiernos y cebollas es un inventazo! Estaba riquísimo.
Al despertar, desayunamos café de olla y pan dulce que una señora vende en un cesto que lleva sobre su cabeza, en la esquina de una calle del centro. No nos queremos perder las procesiones. Nos colocamos en la famosa Calle Ancha, junto a Manuel y su familia.
- ¿Qué cómo estuvo el huicoito?- pregunta entusiasmado
- ¡Riquísimo Manuel, cómo usted nos dijo! Lo vamos a comprar a partir de ahora. ¡Oiga la Alfombra quedo relinda!
La calle hierve de vida. Hay señoras con vestidos tradicionales y hermosas trenzas de colores. Algunas llevan pañuelos vistosos enredados alrededor de su cabeza. No dejan de pasan carros vendiendo paletas de helado, algodones de azúcar, chucherías, pequeños juguetitos ruidosos…parece Carnaval. La mujer de Manuel nos pasa un paquetito con dulces. Son Nuégados, unos bollitos con dulce de leche que sabían a gloria. Nos pasan atol de leche caliente, como un arroz con leche licuado con canela, pero para beber.
Un ruido extraño me suena en la oreja izquierda. Es el nieto pequeño de manuel tocando un pequeño objeto que parece un tambor atado a un palo con una cuerda. Tiene plumas de colores y un niño lo gira en el aire haciendo círculos. Su mamá me explica que son “ronrones” y que los hacen a mano las señoras, que luego los venden a 5Q la pieza. Compro dos para mis primitos.
Mientras hablo con el pequeño y le pregunto a qué escuela va, se me atraganta la pregunta, porque una nube de humo gris se me mete en la faringe. Empiezo a toser y todos se ríen. No me había dado cuenta, pero miro alrededor y no veo nada. De repente, parece que estoy dentro del libro “La Niebla” de Stephen King. La calle se llena de un humor gris espeso. Ni siquiera puedo ver a las personas de enfrente. Incienso. Como un sombrío paisaje de Cumbres Borrascosas, cantidades desorbitadas de incienso flotan en la calle como sombras de fantasma. Ordas de cucuruchos (penitentes) pasan vestidos de negro con enormes botafumeiros que desprenden el denso fumo, y parece que no les afecte que les entrara en sus gargantas, ardiente. Dicen y yo tuvimos que cubrirnos la boca y ojos con la camiseta. Caminan a los lados de las coloridas Alfombras que se ven difuminadas a causa de la neblina. De lejos, se oye una banda, pero no alcanzamos a ver por dónde van.
De repente, como si saliera de la nada, de la nube de humo espeso se abre paso, imponente. Lo tenemos en nuestras narices: una enorme procesión, un paso de más de 10 metros de largo, de madera caoba, se balancea por la estrecha calle, moviendo el incienso al pasar. Era como un enorme monstruo Godzilla abriéndose paso en las tinieblas. No podemos creer lo que estamos viendo, ¡nunca vimos algo de esas dimensiones! Fuera uno o no creyente, no puede más que admirar la escena con respeto.
La impresionante estructura, con figuras de ángeles y demonios sobre ella, va cargada por más de un centenar de personas, y camina, pareciera que caminara sola, de un lado a otro, entre la niebla, sobre los caminos de coloridas alfombras de flores, de aserrín, panes y frutas que con devoción fueron creadas con esfuerzo durante noches enteras. No podemos entenderlo. Tanto sacrificio, tantas noches en vela, solo para que fueran pisoteadas, destruidas con el paso de los hombres y de los santos.
La inmensa estructura parece que no tenga fin, pero finalmente avanza, dejando a su paso remolinos de colores que se mueven en el aire, arremolinados con los restos de incienso. En el suelo, lo que hasta hace unos segundos eran hermosos patrones de color, ahora parecen restos de acuarelas en una paleta gris. Al acabar el desfile, solo quedan rastros de lo que fueron.
Sentimos por momentos algo de rabia, coraje. Pero les miramos. No había caras de rabia. Había caras de amor, caras de admiración, lágrimas de alegría, de alivio, de devoción y de orgullo. Se abrazaban. Dicen y yo nos miramos.
En el suelo, ya no había Alfombras. Ya no había caminos de flores, panes y huicoitos tiernos. Había caminos de esperanza, de penitencia, de ruegos, y de felicidad. Los caminos de la fe.